¿Qué aprendió la ciencia a partir del Covid-19?
La intensidad inédita de la pandemia puso en el centro
de la escena a la comunidad médico-científica. En el mes de la
Investigación Científica, especialistas del Instituto
Universitario Hospital Italiano de Buenos Aires cuentan cuáles
fueron los aciertos y los errores que se cometieron.
Nunca como en los últimos dos años los términos
médico-científicos salieron a la calle. La pandemia de Covid-19
impuso una palabra que lo atravesó todo y a todos: urgencia. La
necesidad imperiosa de encontrar respuestas correctas era de los
profesionales de la salud y de los investigadores científicos,
como también de los líderes políticos y de la población mundial
en general. La incertidumbre se instaló tanto para cuestiones
absolutamente cotidianas -desde el uso del barbijo hasta si
había que instaurar cuarentenas extendidas, si las escuelas eran
focos de contagio o si la prevención consistía también en
limpiar superficies, entre muchas otras-, como para cuestiones
muy técnicas y complejas, como dar con un tratamiento y/o lograr
una vacuna que brindara protección.
En el mes de la Investigación Científica, instaurado así ya que
el 10 de abril se recuerda el nacimiento del doctor Bernardo
Houssay, surgen nuevas preguntas: ¿qué tuvo de distinta esta
pandemia respecto a las anteriores como para que se lograran
respuestas rápidas? Ante una nueva situación, ¿la ciencia podrá
responder igual o mejor? En definitiva, ¿qué enseñanza dejó el
Covid-19 en la comunidad científica que pueda capitalizarse en
el futuro?
Lo que sí
Las vacunas anticovídicas resultan una muestra de cómo la
investigación científico-médica consiguió con éxito atender la
urgencia acelerando los tiempos habituales de exploración,
testeo y producción. La doctora Karin Kopitowski, directora del
Departamento de Investigación del Instituto Universitario
Hospital Italiano de Buenos Aires, explica las razones: “Por un
lado, estuvo disponible una fuerte financiación y miles de
científicos contribuyeron al esfuerzo. Además, mientras que para
los ensayos de cualquier otra vacuna suelen ser necesarios entre
12 y 18 meses para reclutar participantes, en este caso, se
inscribieron muy rápidamente varias decenas de miles de
personas. Eso dio como resultado que estas vacunas hayan sido
probadas en una mayor cantidad de personas de lo que habían sido
las anteriores para otras enfermedades. A su vez, debido a la
alta prevalencia de covid-19 en la población, la observación de
la eficacia de las vacunas basadas en las infecciones naturales
fue más rápida de lo que sería con otras enfermedades más raras.
Hubo algo más, las empresas farmacéuticas asumieron riesgos
financieros y comenzaron a invertir en la fabricación desde el
principio, por lo que no hubo ningún retraso entre la
finalización de las pruebas y la puesta en marcha”.
Allí se concentran todos los aciertos: una robusta inversión
financiera público-privada, ensayos clínicos colaborativos
transnacionales, e investigadores lo suficientemente capacitados
como para estar a la altura del desafío.

Lo que no
Ahora bien, Kopitowski también señala que, en pos de la
urgencia, la ciencia pasó algunos semáforos en rojo. “Hubo
drogas o moléculas candidatas a tratamientos -por ejemplo, el
tratamiento con plasma, la ivermectina y la hidroxicloroquina-
que se probaron de manera imperfecta, con diseños y muestras
incorrectas, se sacaron conclusiones prematuras y llegaron a la
opinión pública como soluciones cuando no lo eran -dice la
especialista y da detalles. Un ensayo clínico precisa muchos
voluntarios a los que se les explica que, al azar, se les va a
administrar la droga o el placebo y firman un consentimiento.
Cuando un paciente considera que esa droga es la que lo va a
salvar, exige que se la administren y eso obtura la posibilidad
de obtener evidencia de buena calidad, además de dilapidar
recursos y traer efectos adversos. Por otra parte, esas drogas
tienen indicación para otras enfermedades por lo que, al empezar
a usarse en forma errónea y masiva, dejan de estar disponibles
para los cuadros que sí las requieren”.
“Lo importante es subrayar que la ciencia está (y estaba)
preparada para saber cómo manejarse ante la urgencia. Un
documento de la Organización Panamericana de la Salud (OPS),
“Uso de emergencia de intervenciones no probadas y fuera del
ámbito de la investigación”, da las pautas para que la ciencia y
la medicina usen una droga de emergencia, pero cumpliendo con
ciertos requisitos: no tiene que haber ningún otro tratamiento
eficaz, no se pueden iniciar ensayos clínicos inmediatamente y
tienen que existir trabajos preliminares que apoyen la eficacia
y seguridad”.
Además, las autoridades del país y los comités de ética de
investigación tienen que aprobar este uso y debe haber recursos
adecuados para que se minimicen los riesgos. Los pacientes
tienen que firmar un consentimiento y deben ser informados
respecto a que se les está administrando un suero de protocolo
de emergencia, que se supervisa, se registra, se documenta y se
comparte con la comunidad científica. “Eso no se cumplió con
algunas de las drogas que se probaron para tratar el covid-19,
por el contrario, se confió en la eficacia de tratamientos que
resultaron inútiles o dañinos, simplemente porque se bajó la
vara estándar respecto a cómo se prueba la eficacia de un
medicamento”, indica Kopitowski.
Por otro lado, la ciencia es atravesada por la política y eso se
vio muy presente durante la pandemia, donde hubo drogas
defendidas por ciertos líderes. “Fue dañino el uso de la
política, cuando teníamos que preguntarnos por cosas como si las
escuelas eran foco de contagio, la cuestión se tiñó de
posiciones que obturaron la discusión científico-académica que
implicaba poner las múltiples variables sobre la mesa y hacer
una evaluación”, advierte Kopitowski.
La conclusión es que, ante la urgencia, se necesita más
ciencia. “Creo que el gran aprendizaje que tuvimos es
que la emergencia no debe precipitarnos a bajar la vara
científica. Declarar el éxito de una intervención, supone
cumplir con una metodología que ya está seteada, tiene que haber
ensayos clínicos bien diseñados y eso es fundamental más allá de
la prisa para encontrar soluciones”, sostiene Karin Kopitowski.
DRA. KARIN KOPITOWSKI: Es la
directora del Departamento de Investigación del Instituto
Universitario Hospital Italiano de Buenos Aires. Es especialista
en Ética de la Investigación (FLACSO) y, desde el 2003 al 2015,
coordinadora del Comité de Ética de Protocolos de Investigación
del Hospital Italiano de Buenos Aires (CEPI). Es egresada con
honores de la Universidad de Buenos Aires (1990), se ha
especializado en Medicina Familiar y es egresada de la Maestría
de Efectividad Clínica. Se desempeña como jefa del Servicio de
Medicina Familiar y Comunitaria en el Hospital Italiano de
Buenos Aires (desde 2011). También ha realizado la
Especialización en Docencia Universitaria (IUHIBA) y es
Facilitadora de enseñanza de Medicina Basada en la Evidencia,
formada en la Universidad de Mc Master (Canadá).
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