Desde la crisis del Estado de
Bienestar se han sucedido, en todos
los países de América latina,
reformas que han abarcado todas las
instituciones de salud mediante
crecientes instrumentos de mercado.
Esto introdujo una primera
generación de reformas, que
afectaron en todos sus segmentos al
mercado de la salud.
Hoy el gasto sanitario impone la
eficiencia como pre-requisito para
alcanzar la equidad.
Hasta el momento hemos introducido
“microparches” o avanzado en zig-zag.
De cualquier manera que se lo mire,
nuestro sistema sanitario y más allá
de sus resultados en términos de
salud, no ha logrado superar los
aspectos esenciales a los que se
orientan las actuales propuestas y
objetivos.
Esto significa que una enorme
inversión (más del 9 % de nuestro
PBI) no ha podido cumplir requisitos
básicos, que son los objetivos de un
sistema de salud (la tasa de
mortalidad materna y otros
indicadores “oficiales”, son un
claro ejemplo de ello), ya que
debería explicitarse el origen y la
asignación del gasto sanitario.
Si asumimos que de ese gasto entre
el 45 y el 50% (según las
estimaciones) proviene del bolsillo
de los ciudadanos y que el destino
no es el mejor (ya que una buena
porción queda en el camino), estamos
hablando de nuestra ineficiencia e
inequidad.
En este contexto hay dos aspectos
que quisiera recalcar: a) hemos sido
impermeables a los fuertes cambios
exógenos y no ha habido grandes
“presiones” y exigencias de la
ciudadanía (más bien ésta se ha
expresado en una búsqueda a ciegas
de la mejor y aceptable forma de
resolver sus problemas lo que no
quiere decir que en cada caso haya
sido la deseable).
Desde ya, que las decisiones
incompletas por no saber, por no
poder, o por no querer han sido
condicionantes de las
transformaciones de fondo que vayan
más allá de lo retórico.
Estas circunstancias han conducido a
escuetas transformaciones del tipo
de las “micrometamorfosis” dentro
del sistema, sin que fueran
conducidos cambios de fondo.
¿Qué es lo que necesitamos? ¿Qué es
lo que podemos? ¿Qué es lo que
debemos proveer, y a quiénes, y
cómo? ¿Quién es el decisor?, pero
lamentablemente las medidas
adoptadas se han referido casi
exclusivamente a la “contención del
gasto”, en las variables más
sensibles: a) el incremento del
gasto privado en relación al gasto
público y b) la función de compra de
los servicios sanitarios.
Ambos puntos están íntimamente
relacionados. Los cambios en salud
-más que las buenas expresiones y
deseos de los “decisores”- requieren
del compromiso de sus recursos
humanos, que además son actores
importantes cuyo posicionamiento
“suma” o “resta” rápidamente, más
allá del discurso de “defensa de la
salud pública”.
En realidad se trasladó el
financiamiento al “gasto directo” (o
de bolsillo), teniendo como una de
sus causas la compra de servicios
sanitarios.
En un mercado “imperfecto” como el
de la salud, donde “el que compra no
paga (aunque cada vez lo hace en
mayor medida), ni elige”, la función
de compra de servicios sanitarios
adquiere una dimensión prioritaria.
En salud los tres subsistemas
coexistentes (público / estatal, de
la seguridad social y de los seguros
privados) sostienen a su vez formas
variadas de contratación de
servicios, algunos porque son
inherentes a su organización, otros
porque se han adecuado a la
demandada contención de costos y
otros porque les permite maximizar
su beneficio.
A su vez los condicionantes
introducidos en el mercado de salud
referidos a la incorporación de
mayores instrumentos de mercado, han
conducido nuevas formas de
contratación de servicios, así como
a la concentración no sólo de
población beneficiaria (lo que no
resulta un efecto indeseable dada la
atomización y fragmentación
existente), sino también de muchos
que avanzaron en la incorporación de
instituciones y servicios,
desvirtuando los criterios de
diferenciación de financiamiento y
provisión.
De cualquier manera la coexistencia
de múltiples modalidades, aun con
nuevos condimentos de mercado, no
modifica sustantivamente la mecánica
de la función de compra de servicios
sanitarios.
En el caso de la condición de pagos
por salarios – como es habitual en
las organizaciones de “integración
vertical” (lo cual excluye aquellas
que han “privatizado” los servicios)
promueve en muchos casos conductas
oportunistas, tanto porque el
salario se percibe en cualquier
condición de actividad (algo así
como decir “se trabaje o no se
trabaje”) resultando muy difícil,
por los vericuetos administrativos,
promover cambios importantes que
eficienticen y mejoren los objetivos
institucionales.
En las mencionadas organizaciones de
integración vertical -en las que no
existe separación de funciones
“financiador” / “prestador”- la
asignación de incentivos acordes a
resultados lo que les proveería una
mayor eficiencia y calidad, resulta
cuando menos de difícil aplicación
por lo que “no es una función de
producción incentivada”.
En los modelos de contratación de
servicios, la tendencia se orientó a
la “transferencia del riesgo”, con
el objetivo de previsión del gasto.
Aunque en realidad el riesgo
jurídico y la responsabilidad final
recaen sobre el financiador.
El “pago por prestación” supone
también un incentivo perverso,
porque induce el consumo.
En estas condiciones los modelos más
utilizados, para la compra de
servicios para aquellas
organizaciones en las que existe
separación de funciones de
financiamiento y provisión, fueron
la “capitación”, la “cartera fija”,
y en la seguridad social en muchos
casos la “transferencia de las
cotizaciones”.
Casi todas las organizaciones de la
seguridad social adoptaron estos
modelos que sólo contemplaron una
visión economicista, con
desconocimiento de sus efectos
indeseados.
Los pagos por montos fijos - además
de permitir como en cualquier
sistema de compras, arreglos
espurios compartidos entre
financiadores y contratantes -
otorgaron a estos últimos un manejo
discrecional del gasto sanitario,
que si bien resultó previsible,
generó efectos adversos:
Los contratantes en muchos casos y
dada la “asimetría de información”
con el beneficiario, también
adoptaron conductas oportunistas,
(como por ejemplo limitaciones en el
acceso, pagos escuetos a los
prestadores, etc.), lo que concluyó
en una subprestación (o en pérdida
de la calidad de los servicios),
limitando el acceso a servicios
necesarios (en especial programas),
a los efectos de maximización de sus
beneficios.
En lo referente a la información
(tanto sanitaria y epidemiológica,
como del real gasto efectivizado),
los financiadores quedan atrapados
entre los requisitos de los
organismos de regulación y control
(que como corresponde son cada vez
más exigentes) y la información
insuficiente, de baja calidad e
inoportuna, que le proveen los
prestadores (frecuentemente más
preocupados en justificar las sumas
dinerarias que reciben -lo que les
posibilita mayores reclamos- que en
proveer información fidedigna).
La situación descripta tiene un
triple riesgo: por un lado la
constante presión de los
contratantes para la obtención de
mayores recursos, por otro el
soporte que los beneficiarios deben
hacer a través de su bolsillo (o
gasto directo), una pérdida en la
calidad de los servicios (que se
traduce en resultados) y finalmente
las dificultades en la planificación
sanitaria para la atención de la
población beneficiaria, ya que sin
información epidemiológica de
calidad, la misma carece de
fundamentación.
Tanto o más grave aún resulta la
pérdida de contacto y comunicación
del financiador con “su”
afiliado/beneficiario, de quien es a
su vez el único responsable y
encuentra su punto de contacto ante
el reclamo, el amparo o la expresión
de su demanda insatisfecha.
Desde ya que existen mecanismos de
control para reducir los efectos
adversos de los pagos por montos
fijos, pero ellos son difíciles de
implementar y no está en las
posibilidades de todos, por lo que
en términos generales las
consecuencias de subprestación,
pérdida de la calidad asistencial e
incremento del gasto directo van de
la mano.
Esto es decir que del gasto en salud
(9% del PBI), esos recursos llegan
(escasamente en un 55%), para no
satisfacer las necesidades de la
gente que además de su salud pone
mucho de su bolsillo.
Mientras las alternativas de cubrir
la función de compra de servicios en
los sistemas sanitarios, queden en
mano de los “barones de la salud”,
existirán incentivos perversos y
finalmente continuaremos siendo
ineficientes e inequitativos.
Por otra parte la atomización
existente entre los entes
financiadores los debilita en los
procesos de negociación ante los
intermediarios - contratantes, en un
tema – como es la contratación de
servicios sanitarios – de difícil
resolución.
En algún caso las dificultades de
negociación han orientado que muchas
instituciones de la seguridad social
instalen “servicios propios” y
aunque no exista relación entre la
capacidad instalada – más que la
intencionalidad política – y los
beneficios sanitarios, pero les
permite ofertar servicios de
atención a quienes no los tienen por
cuenta propia.
Esto mismo es verificable en las
organizaciones público / estatales
en las que nuevas “inauguraciones”
de servicios, equipamiento, camas,
instituciones, etc. no son evaluadas
en tanto “necesarias en términos
sanitarios” y continúan con el
ineficiente subsidio a la oferta.
Sin dudas que el tema abordado no
agota la complejidad y multiplicidad
de problemas que incluye el sistema
sanitario.
En la seguridad social la
instauración de un sistema de
múltiples seguros en competencia,
con ausencia de acordes niveles en
la capacidad de gestión, promovió
que “cada cual oriente su
maximización de beneficios, de la
forma que fuere, o que supiere”, sin
que ello suponga que en cada caso ha
sido la mejor.
Pero la existencia de múltiples
intereses parece prevalecer sobre
las necesidades de la gente.
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