Las decepciones, cualesquiera
fueran, son la “brecha” que existe
entre lo esperado -implícito o
explícito- y lo real. La sorpresa es
encontrarse con algo realmente
inesperado. Por ejemplo, hace un
tiempo, el Presidente del Paraguay,
Fernando Lugo, hizo su aparición
ante los medios de prensa de su país
para reconocer un hijo suyo cuya
existencia se había mantenido
oculta.
A esta altura del siglo XXI no es
una historia que pueda escandalizar
a nadie, salvo por un “pequeño
detalle”: el niño fue concebido
mientras Fernando Lugo era nada
menos que Monseñor Lugo, un Obispo
de la Iglesia Católica.
¿Es ésta la conducta esperada para
un Obispo de la Iglesia?
Naturalmente no. Por eso se produce
la decepción sobre la persona del
ahora señor Lugo. No esperábamos eso
de él. Su accionar, su ética, su
compromiso, su fidelidad a su
ministerio –y podríamos seguir amigo
lector- es una decepción y una
sorpresa desagradable.
Cambiamos de tema. Se publica en los
diarios que un funcionario del
gobierno de nuestro país es
denunciado ante la justicia por
corrupción. Es una decepción, porque
no esperábamos eso de él, pero no es
una sorpresa.
Se denuncia que también podría haber
implicados políticos y policías en
el tráfico de drogas. Es una
decepción escuchar eso, pero tampoco
es una sorpresa.
Un menor mata a una persona honesta
y trabajadora y el denominado modelo
“garantista” hace que le demos una
nueva oportunidad de matar, a la vez
que -naturalmente-, se les niega la
oportunidad de vivir a las víctimas.
Es una decepción, pero no es una
sorpresa. “La solución no es reducir
la edad de imputabilidad, sino
modificar las causas que llevan a
los chicos al delito” nos dicen
quienes defienden el modelo.
Estupendo. Es como si a un médico se
le ocurriera decirle a un paciente
con cáncer de pulmón. “Vea, la
solución no es proveerle a usted de
atención médica, sino que debemos
concentrar los recursos públicos en
modificar los factores que facilitan
la enfermedad: evitar que la gente
fume, disminuir la polución
ambiental, etc. ¿Me entiende?” No,
no lo entendería. Lo mismo le ocurre
a la sociedad con las políticas de
seguridad.
Aparece una epidemia de Dengue. De
nuevo, nos genera decepción, pero no
sorpresa.
Evidentemente algo nos está pasando
como sociedad, ya que no nos
sorprendemos de cosas que realmente
deberían hacerlo.
Y probablemente ese algo esté
relacionado con las expectativas que
se hacen públicas: “Que alguien haga
algo”… “que alguna persona haga
algo”. Seguimos esperando a alguien.
Un líder carismático, un Mesías
político que nos salve de la
mediocridad.
Y la verdad es que, si uno mira los
países más desarrollados, ese
alguien no es una persona. Son las
instituciones. De nuevo, las ins-ti-tu-cio-nes.
Naturalmente, la posibilidad de que
en las instituciones se produzca un
error existe, pero es mucho más
reducida que en la de los
individuos. Por eso los países con
una larga vida democrática, que les
ha permitido desarrollar y
fortalecer las instituciones, tienen
un presente distinto que el nuestro.
Saltemos ahora a otro tema para
apreciar que eso pasa en todo
aquello que analizamos. Hace poco
nos hemos quedado sin jubilaciones
privadas. Fue una decepción y una
sorpresa. Uno no esperaba -a pesar
de la falta de instituciones con
fortaleza suficiente- que se
pudieran eliminar “de un plumazo”
algo que las mayorías adherían.
Súbitamente, desapareció la
posibilidad de optar por el sistema
privado o por el sistema estatal.
Sin dudas, una restricción a la
libertad de las personas (los 9
millones del sistema privado, pero
también para los que habían optado
por el sistema estatal).
Finalmente, en materia de salud,
todavía nos queda el sistema de
Obras Sociales y de la atención
médica a través de las empresas de
medicina prepaga.
No tenemos ganas de más decepciones.
Es muy importante que la gente siga
teniendo la libre opción de proteger
su mayor capital que representa su
salud con el prestador que le brinde
los mejores servicios.
Esta vez, esperemos tener la
agradable sorpresa de que no nos
quitan nada. |