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Opinión


 

Decepciones y sorpresas

Por el Dr. Héctor Barrios,
director de Watson Wyatt Argentina.

 

Las decepciones, cualesquiera fueran, son la “brecha” que existe entre lo esperado -implícito o explícito- y lo real. La sorpresa es encontrarse con algo realmente inesperado. Por ejemplo, hace un tiempo, el Presidente del Paraguay, Fernando Lugo, hizo su aparición ante los medios de prensa de su país para reconocer un hijo suyo cuya existencia se había mantenido oculta.
A esta altura del siglo XXI no es una historia que pueda escandalizar a nadie, salvo por un “pequeño detalle”: el niño fue concebido mientras Fernando Lugo era nada menos que Monseñor Lugo, un Obispo de la Iglesia Católica.
¿Es ésta la conducta esperada para un Obispo de la Iglesia? Naturalmente no. Por eso se produce la decepción sobre la persona del ahora señor Lugo. No esperábamos eso de él. Su accionar, su ética, su compromiso, su fidelidad a su ministerio –y podríamos seguir amigo lector- es una decepción y una sorpresa desagradable.
Cambiamos de tema. Se publica en los diarios que un funcionario del gobierno de nuestro país es denunciado ante la justicia por corrupción. Es una decepción, porque no esperábamos eso de él, pero no es una sorpresa.
Se denuncia que también podría haber implicados políticos y policías en el tráfico de drogas. Es una decepción escuchar eso, pero tampoco es una sorpresa.
Un menor mata a una persona honesta y trabajadora y el denominado modelo “garantista” hace que le demos una nueva oportunidad de matar, a la vez que -naturalmente-, se les niega la oportunidad de vivir a las víctimas. Es una decepción, pero no es una sorpresa. “La solución no es reducir la edad de imputabilidad, sino modificar las causas que llevan a los chicos al delito” nos dicen quienes defienden el modelo. Estupendo. Es como si a un médico se le ocurriera decirle a un paciente con cáncer de pulmón. “Vea, la solución no es proveerle a usted de atención médica, sino que debemos concentrar los recursos públicos en modificar los factores que facilitan la enfermedad: evitar que la gente fume, disminuir la polución ambiental, etc. ¿Me entiende?” No, no lo entendería. Lo mismo le ocurre a la sociedad con las políticas de seguridad.
Aparece una epidemia de Dengue. De nuevo, nos genera decepción, pero no sorpresa.
Evidentemente algo nos está pasando como sociedad, ya que no nos sorprendemos de cosas que realmente deberían hacerlo.
Y probablemente ese algo esté relacionado con las expectativas que se hacen públicas: “Que alguien haga algo”… “que alguna persona haga algo”. Seguimos esperando a alguien.
Un líder carismático, un Mesías político que nos salve de la mediocridad.
Y la verdad es que, si uno mira los países más desarrollados, ese alguien no es una persona. Son las instituciones. De nuevo, las ins-ti-tu-cio-nes.
Naturalmente, la posibilidad de que en las instituciones se produzca un error existe, pero es mucho más reducida que en la de los individuos. Por eso los países con una larga vida democrática, que les ha permitido desarrollar y fortalecer las instituciones, tienen un presente distinto que el nuestro.
Saltemos ahora a otro tema para apreciar que eso pasa en todo aquello que analizamos. Hace poco nos hemos quedado sin jubilaciones privadas. Fue una decepción y una sorpresa. Uno no esperaba -a pesar de la falta de instituciones con fortaleza suficiente- que se pudieran eliminar “de un plumazo” algo que las mayorías adherían. Súbitamente, desapareció la posibilidad de optar por el sistema privado o por el sistema estatal. Sin dudas, una restricción a la libertad de las personas (los 9 millones del sistema privado, pero también para los que habían optado por el sistema estatal).
Finalmente, en materia de salud, todavía nos queda el sistema de Obras Sociales y de la atención médica a través de las empresas de medicina prepaga.
No tenemos ganas de más decepciones.
Es muy importante que la gente siga teniendo la libre opción de proteger su mayor capital que representa su salud con el prestador que le brinde los mejores servicios.
Esta vez, esperemos tener la agradable sorpresa de que no nos quitan nada.

 

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