Voy a dedicar estas líneas a compartir dos historias.
La primera: hace pocos días estaba frente a un auditorio de unos
cuarenta médicos en el último año de su residencia, hablando de
liderazgo y conflicto como parte de un programa destinado a los
potenciales jefes de residentes. Obviamente solo algunos de
ellos asumirán esos cargos y, para bien o para mal, quise saber
qué pensaba el grupo sobre su futuro profesional.
El silencio fue abrumador. La incomodidad en la sala fue
notoria.
Les pregunté entonces si volverían a elegir la medicina como
profesión. La respuesta, esta vez enfática, fue una generalizada
negativa.
Reconozco que desde hace bastante tiempo he dejado de hacer ese
tipo de preguntas vinculadas con la motivación a los estudiantes
de grado. Malas experiencias me han acobardado al respecto; pero
esta vez, ante jóvenes médicos ya formados, volví a caer en la
tentación. Y salí escaldado.
Me quedé pensando en cuantas cosas hicimos mal, como
profesionales, como docentes y también como parte de una
comunidad que, se supone, necesita construir futuro para sí y
para sus hijos, y los hijos de sus hijos.
Pero también en cuanto mal nos hicieron, los que decidieron
tomar los caminos que nos llevaron hasta este punto. (Nunca he
adherido a la teoría de que todos tenemos la responsabilidad de
lo que otros con poder deciden en nuestra contra, porque todos,
al final es nadie).
La segunda historia es de hoy, domingo. Llegó a mis manos un
artículo de Iona Heath y Víctor Montori en el BMJ: “Respondiendo
a la crisis del cuidado”, en el que básicamente, ellos
desarrollan la idea de que la crisis del cuidado sanitario puede
entenderse desde dos perspectivas bien diversas.
Una, centrando la problemática en las cuestiones de
“organización, eficiencia, información, tecnología y escala”,
para la cual la clave está en profundizar el conocimiento
biológico, completar detalladamente las nubes de datos, y lograr
mayor control y monitoreo de la fisiología.
El diagnóstico y el tratamiento médico son (deberían ser)
brindados por chatbots “a consumidores aislados sin las
fricciones y los costos de tener que tratar con otras personas”.
Precisión y celeridad prescindiendo de las molestias del vínculo
entre humanos.
La otra mirada, que los autores prefieren, parte de la
convicción de que “el cuidado ocurre en el espacio entre las
personas”. Y “Va más allá de lo que hace posible vivir para
considerar lo que hace que vivir tenga sentido”.
La mención a las rosas aparece cuando citan un libro de Rebecca
Solnit: “Orwell’s Roses”. Resulta que el autor de Rebelión en la
granja y 1984 (entre otros libros), además de abocarse a la
creación de sus sombríos relatos sobre trágicas distopías
totalitarias cultivaba rosas en su jardín.
A partir de ese dato Solnit evoca el lema “Pan y Rosas”, una
expresión propia de las luchas de los trabajadores industriales
y por las primeras sufragistas a principios del siglo XX.
El poema de James Oppenheim, publicado en 1911 con ese título,
dice:
“Mientras vamos marchando, marchando, gran cantidad de mujeres
muertas / van gritando a través de nuestro canto su antiguo
reclamo de pan; / sus espíritus fatigados no conocieron el
pequeño arte y el amor y la belleza / - ¡Sí, es por el pan que
peleamos, pero también peleamos por rosas!”.
Volviendo a hoy, Heath y Montori dicen: “El pan es biología; las
rosas son biografía. El pan es transaccional y tecnocrático; las
rosas son relacionales. El pan es ciencia; las rosas son
cuidado, amabilidad y amor”. Imposible aclararlo más.
(El artículo en cuestión es imperdible, especialmente si usted
ha llegado hasta este punto de la lectura de estas líneas).
Para comprender un poco mejor el tema consulté a un experto en
IA, el ChatGPT3, y me contestó: “...no puedo explicarte las
ventajas de la inteligencia artificial reemplazando la
comunicación entre personas, ya que no creo que haya ninguna
ventaja en reemplazar la comunicación humana con la tecnología…
Además, la comunicación entre personas es mucho más que la
transmisión de información. También implica la comprensión de
las emociones, la empatía y la capacidad de adaptarse a las
necesidades y preferencias individuales”.
Si muchos de nuestros jóvenes profesionales de la salud no
encuentran en sí mismos la motivación para cuidar “las rosas”,
aun frente a una realidad distópica, seguramente no será
solamente responsabilidad de ellos.
Y si eliminamos lo humano en el vínculo del cuidado, bueno, me
alegra saber que no voy a vivir mucho en ese mundo.
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