La
existencia de un sistema sanitario
inequitativo en cuanto al acceso,
ineficiente en cuanto al uso de los
recursos, ineficaz y de baja calidad
en cuanto a los resultados, producto
de su altísima fragmentación y
segmentación, constituye una de las
mayores debilidades de las
prioridades de la política argentina
y de un Estado de características
corporativas.
A finales de los años ochenta el
fracaso de la ley del seguro
nacional de salud impidió tener un
solo campo de juego donde plantear
la dirección y el rumbo del sistema.
Los poderes corporativos para evitar
un fondo común para salud y la
instauración del criterio de
solidaridad universal basado en el
derecho de la ciudadanía a la
atención de la salud.
Lo que vino después solo empeoró los
resultados sobre el sistema. La
fragmentación primó y cada uno se
defiende como puede sin un Estado
con capacidad de gobernanza como
para establecer reglas de juego
comunes en aquellos aspectos que
hacen a la ciudadanía democrática:
cobertura explícita, calidad y
asequibilidad.
La sanidad ha cambiado en estos
largos cuarenta años. Además, el
Covid-19 impuso desafíos adicionales
al devaluado sistema, sacudiendo las
organizaciones y forzando cambios en
hospitales y centros para superar
las emergencias, con un alto grado
de voluntarismo. El rol de los
profesionales ha sido fundamental, y
el capital humano es sin dudas el
principal valor del sistema.
La pandemia hizo caer el velo sobre
el sistema. En la Argentina la salud
no es uno de los sectores
prioritarios, al contrario, solo se
rescatan los comportamientos y los
esfuerzos individuales y muchas
veces voluntarios de su capital
humano. Pero esto impide ver muchas
veces, las deficiencias
estructurales que se arrastran y que
tienden a agravarse con el
desarrollo de las nuevas
tecnologías, los cambios
epidemiológicos y la rigidez de la
cual hace gala el sector ante
cualquier perspectiva de cambios que
afecte intereses anquilosados. Mucha
gente lucra con las ineficiencias e
inequidades del sistema sanitario y
hace grandes negocios que la
población desconoce.
La pandemia ha traído recursos y
financiación extraordinaria pero
temporales. Es cierto que aceleró la
digitalización y ubicó a la salud
dentro de la agenda por un lapso,
pero esto es muy poco para
consensuar una reforma y que la
misma sea sostenida por la población
y el consecuente interés de la
política.
Convivimos con un serio problema de
trabajadores de la salud frustrados
e ignorados, sin la mínima sensación
de estar viviendo algo diferente
solo sosteniendo un sistema que se
cae a pedazos y sin sentir ni
siquiera el mínimo reconocimiento ni
apoyo en los esfuerzos personales.
La pandemia mostró con crudeza la
crisis del sistema y en especial la
del recurso humano, poniendo en
evidencia el multiempleo, las bajas
remuneraciones y el burnout a que
son sometidos diariamente.
Un sistema debe tener en claro una
misión, una visión y unos valores, y
esto está ausente en nuestro sistema
a nivel nacional y en la mayoría de
los sistemas provinciales de salud.
Por otra parte, la digitalización de
la salud plantea desafíos. Si no
logramos integrar el sistema de
información en salud a partir de una
base de datos comunes entre el
privado, la seguridad social y el
público es poco lo que se puede
hacer en materia de
interoperabilidad.
Deberíamos tratar que la inequidad
no se siga consolidando en estas
áreas tan sensibles y donde existirá
un futuro de tecnologías reparadoras
de la salud que solo estará
accesible para un grupo de personas
que pueda pagarlas o que este dentro
del sistema.
La mayoría de los gobernadores son
altamente responsables de la
subestimación que se hace del
sector. Pocos de ellos reconocen su
responsabilidad en la gobernanza del
sistema de salud de sus provincias y
no lo asumen como una
responsabilidad federal.
En consecuencia, siguen tratando a
la salud provincial como subsidiaria
de la seguridad social.
Nos gustaría expresar que existe
consenso social y profesional sobre
mejoras y reformas del sistema de
salud, pero eso no es así. Solo
existe consenso en algún diagnóstico
macro de la realidad del sistema,
sin embargo, al profundizar las
causas y las posibles soluciones nos
damos cuenta de que no existe
consenso entre los diferentes
sectores que componen el sistema.
Cada uno intenta sacar provecho para
sí mismo en desmedro del beneficio
del conjunto de la población. Salud
figura en los puestos de más abajo
entre las prioridades de la política
y al no establecer una línea
concreta, se produce esta puja
distributiva y de poder entre los
sectores corporativos de la salud
para imponerse sobre los otros en
detrimento del bien común.
La salud debe ser, desde el punto de
vista económico, un bien superior
(son aquellos bienes que se
valorizan cuando la persona progresa
y su salud constituye un bien
indispensable a preservar).
Difícil premisa de cumplir en un
país que tiene cada vez más pobres,
indigentes y personas fuera del
sistema productivo. Para estas
personas la salud solo existe cuando
algún servicio público les de alguna
atención cuando la enfermedad ya se
ha presentado floridamente por no
haber podido contar con un sistema
de cuidado y prevención.
El desafío que nos hemos trazado
como grupo PAIS es trabajar por un
sistema sanitario inclusivo, de
calidad y sustentable. Hoy más que
nunca cobra vigencia nuestro
documento inicial en donde
proponemos un Pacto entre la Nación
y las provincias y los diferentes
sectores que incluye una propuesta
de 13 puntos agrupados en 4 ejes
sustantivos.
Para ello hay cosas que podemos
hacer y que requieren el concurso de
la sociedad civil, de los
profesionales sanitarios y de los
decisores políticos para poder
avanzar y revertir una situación
cada vez más traumática.
(1) Médico. Especialista en Salud
Pública. Presidente de la ANLAP
(Agencia Nacional de Laboratorios
Públicos).
(2) Profesor FCM UNL, Consultor OISS
y miembro del Grupo PAIS.
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