La definición de dignidad es “Cualidad del que se hace valer
como persona, se comporta con responsabilidad, seriedad y con
respeto hacia sí mismo y hacia los demás y no deja que lo
humillen ni degraden”.
Dicho esto, dignidad humana significa que un
individuo siente respeto por sí mismo y se valora al mismo
tiempo que es respetado y valorado. Implica la necesidad de que
todos los seres humanos sean tratados en un pie de igualdad y
que puedan gozar de los derechos fundamentales que de ellos
derivan.
Asimismo, un gran número de constituciones nacionales, sobre
todo las adoptadas en la segunda mitad del siglo XX, hacen
referencia explícita al respeto de la dignidad humana como
fundamento último de los derechos enumerados y como la finalidad
esencial del Estado de Derecho.
En tal sentido, se destaca la Constitución alemana de 1949, que,
como reacción a las atrocidades cometidas durante el régimen
nazi, establece en su artículo 1° que: “La dignidad
humana es intangible. Los poderes públicos tienen el deber de
respetarla y protegerla”.
La dignidad humana, contiene elementos subjetivos, que
corresponden al convencimiento de que las condiciones
particulares de vida permiten alcanzar la felicidad y de
elementos objetivos, vinculados con las condiciones de vida que
tiene la persona, para obtenerla. Siendo así se determinó a la
dignidad humana, como un derecho fundamental.
En el comienzo de la pandemia el trabajo del equipo de
salud fue sorprendentemente aplaudido. Fue un retorno al camino
de la dignidad y al reconocimiento perdido.
Con el correr del tiempo, y con la aparición de los antivacunas
y de un grupo anticuarentena, la decisión de no vacunarse
perjudicó al conjunto de la sociedad: la vacunación no es una
cuestión médica relativa a la esfera individual sino un tema de
salud pública, un asunto colectivo.
En abril de 2020, menos de dos meses después de que comenzara el
primer confinamiento, circuló una invitación para desafiar las
restricciones a la circulación que el Gobierno nacional, con el
acuerdo de los gobernadores de la oposición incluso, acababa de
extender como medida preventiva contra la pandemia.
Pronto los manifestantes pasaron de ser unas pocas decenas a
varios miles, y tanto los líderes de partidos de derecha
minoritarios como importantes dirigentes y referentes de grupos
opositores expresaron su adhesión entusiasta y participaron
activamente de las convocatorias.
Por supuesto, asisten a las marchas personajes que enarbolan
visiones conspiranoides y defienden perspectivas contrarias a la
de la Organización Mundial de la Salud y a los epidemiólogos y
sanitaristas argentinos.
Hasta hace muy poco los criterios científicos elementales
parecían ser ampliamente aceptados, al menos en la población
educada de las capas medias urbanas. Sin embargo, algunos
fenómenos recientes parecen poner en duda la confianza pública
en la ciencia empírica.
Terraplanistas, negadores del cambio climático y antivacunas se
han convertido en los protagonistas de un nuevo drama público.
En el contexto de la pandemia de Covid-19 estas desconfianzas se
han hecho más evidentes, y en muchos casos se han convertido en
un problema público que atañe a las formas de cuidado.
Las sospechas sobre la existencia real de un virus, la crítica a
los números públicos, a las políticas de cuarentena y el
cuestionamiento de la vacunación masiva son los ejemplos más
visibles de un manto de desconfianza pública durante la
pandemia.
¿Es la desconfianza pública en las vacunas un nuevo
oscurantismo? ¿Es la venganza de la ignorancia generalizada? ¿Es
culpa de un déficit de información promovida por fake news y
redes digitales? ¿Es culpa de las políticas neoliberales que
fomentan el individualismo? ¿Cómo gestionar la vida pública en
lo que aparece como un mar de irracionalidades?
Es en este contexto que se empezó a perder de nuevo la dignidad
de los médicos. Agotados física y psicológicamente, por ser la
primera frontera de la atención de los infectados, el
contacto con las muertes masivas fue atroz.
Nadie puede estar preparado para este shock de realidad.
Mientras en las calles comenzó a generalizarse el “no cuidado”
la desesperación de los médicos iba en aumento.
Asistimos en este momento al retorno al maltrato a los médicos,
mal pagados, con pluriempleo intolerable.
Parece que la esperanza de un debate sobre el sistema de salud
se hubiera esfumado de las agendas.
Seguimos con los mismos problemas en el sistema: gran
fragmentación, pluriempleo generalizado de los diferentes
actores del equipo de salud, lobby sobre las ideas progresistas
para degradarlas o para hacerlas desaparecer, hiperconcentración
de empresas prestatarias con calidades deficientes y sin control
del Estado.
Un Estado que continua sin un aparato de fiscalización acorde a
los tiempos y a la nueva realidad sanitaria del país.
Si es verdad, que el Ministerio de Salud retorno hace sólo dos
años, después del oprobioso descuido de la administración
anterior, errática y sinsentido.
En esta publicación hemos hablado en ediciones anteriores, sobre
la infinidad de problemas del sistema prestacional argentino, ya
que no es un sistema que produzca salud. Desigualdades extremas
entre regiones de un mismo país.
Los problemas económicos y sociales crónicos de la Argentina
vienen de la mano de un Estado nacional quebrado. Una situación
de larga data, que podemos ver reflejada hoy en sus
elevados niveles de endeudamiento heredado, déficit e
inflación y ni hablar de los índices de pobreza.
Ese problema de fondo tiene nombre: el federalismo argentino. Es
un federalismo muy argentino, porque no hay otro igual. Más del
80% de los países son unitarios, aunque el selecto club de los
federales tiene otros miembros prominentes, como Estados Unidos,
Rusia, Alemania o Brasil.
Sin embargo, a diferencia de la nuestra, el resto de las
federaciones tienen al menos una de estas dos características
fundamentales: los estados (provincias) que las componen
recaudan sus propios impuestos y administran sus propios
recursos, o hay una autoridad nacional fuerte, por encima de
todas las provincias, que define la macroeconomía y las grandes
políticas nacionales como las estratégicas de salud.
La singularidad argentina consiste en que carecemos de ambas.
El sistema prestacional argentino es un reflejo de este
federalismo clientelista y desigual. Cada provincia hace lo que
considera efectivo con su sistema sanitario.
Todo esto colabora con las desigualdades regionales.
Aún estamos a tiempo de retomar la discusión sobre el Sistema de
Salud Argentino… hemos escrito en estas páginas sobre el Sistema
Nacional Integrado de Salud como única respuesta a los males que
nos aquejan. Seguimos pensando igual. Actuemos con
responsabilidad…
No escribamos el guion de la República perdida III….
(*) Director Médico
Nacional Obra Social de Televisión |
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