Somos actores del sistema de salud y como tales nos centramos en
prolongar el estado de salud de las personas. Como es lógico,
esto es vertebral dentro de nuestro desempeño como organización.
Sin embargo, a menudo el final de la vida de los pacientes
también se encuentra entre los intersticios de nuestro amplio
trabajo. Es una realidad que está, pero que intentamos evitar en
muchos sentidos y de muchas maneras. Como individuos, como
profesionales, como instituciones de salud.
Mientras tanto y con los años, la Argentina se ha dado alguna
normativa en torno a esta cuestión. Sobre los derechos de los
pacientes y la muerte digna, sobre los cuidados paliativos y
sobre lo que se denomina el “encarnizamiento terapéutico”.
“Se asiste a un constante proceso de medicalización,
expropiación y asalto tecnológico de la muerte y la
mortificación de la medicina al intentar explicar y controlar lo
inexplicable e incontrolable de la muerte. La medicalización del
morir se observa dramáticamente en el “encarnizamiento
terapéutico”, es decir, en la negación de la muerte como
desenlace del proceso vital a través del establecimiento de
medidas extraordinarias o desproporcionadas que prolongan la
vida de forma artificial, penosa y gravosa. Médicos de unidades
de terapia intensiva han considerado al encarnizamiento como una
deformación de la medicina”, decía en 2012 el abogado
especialista en bioética Ignacio Maglio, cuando se debatió en
nuestro país la muerte digna.
Hablar de la muerte como proceso que integra el mismo proceso de
la vida, e incluso como parte del proceso de curar, genera una
resistencia en la comunidad médica y asistencial en general.
Tampoco es un tema en el que hasta ahora se había profundizado
puertas adentro de la obra social que presido. Pero me permito
pensar que quizá estemos hoy en situación de enfrentarlo: ¿es
posible que el proceso de una buena muerte sea parte de nuestro
trabajo como actores de la seguridad social?
El buen morir
Es muy real que tal como sostiene la Dra. Rocío Núñez Calonge
(1), en demasiadas ocasiones “los enfermos ya no mueren en casa,
rodeado de sus familiares, sino en los hospitales, donde
fallecen rodeados de equipos médicos, y la mayoría de las veces,
solos. Da la impresión de que las personas mueren en los
hospitales porque los médicos han fracasado contra las
enfermedades. En esta mentalidad, la muerte no es un
acontecimiento humano y espiritual sino técnico”.
Durante el primer año de la pandemia de Covid-19 fuimos testigos
de la desoladora experiencia que significa morir solo, para
quien fallece y para su entorno afectivo. Los motivos
(esencialmente, el riguroso y adecuado aislamiento) durante una
pandemia son otros. La angustia de una muerte en soledad es la
misma.
Como decíamos, aunque la ley argentina contemple aspectos tales
como la autonomía del paciente, los cuidados paliativos y el
respeto por su voluntad sobre cómo se desarrollarán los
acontecimientos antes, durante y luego de su muerte, es no menos
cierto que en la práctica se respeta y se cumple muy poco. Como
regla general, prima por sobre la opinión del paciente y de su
familia, la opinión de los profesionales médicos tratantes, que
puede llevar al extremo la obstinación terapéutica.
Ante la proximidad del hecho extraordinario de un nuevo
nacimiento en una familia hoy la sociedad toma numerosas
decisiones. Pero como contrapartida, muy pocas veces encuentra
en nuestro país el espacio y la oportunidad de tomar decisiones
acerca de la muerte.
La seguridad social puede
involucrarse
En la Obra Social OSPAT creemos que es momento de acercarnos a
los beneficiarios que llegan a la circunstancia médica de una
próxima muerte inevitable, con una mirada ética que contemple la
ausencia de sufrimiento y la preservación de su dignidad.
Consideramos que es momento de hacer foco en la garantía de
aquello que la legislación prevé para que nuestra población a
cargo pueda hacer uso de los instrumentos legales que accionan
sus derechos relativos al buen morir.
Cuando se aborda la muerte como parte del mismo proceso de
curar, el buen morir no toma por sorpresa al paciente y a su
familia. Mediante un consentimiento informado ampliado el
enfermo y su familia (en el caso de los pacientes no lúcidos,
será la familia):
-
Cuenta con información sobre el proceso
de preparación para una muerte en paz.
-
Si las condiciones socioambientales de
su hogar son propicias, fallece en su casa y acompañado por
sus seres queridos, de acuerdo con sus creencias y
sentimientos (también existen ya en la Argentina “Hospices”
para quienes no tienen una vivienda adecuada).
-
Recibe un tratamiento para morir sin
dolor, evitando medidas invasivas.
-
Cuenta con la posibilidad de una
transición institucional con internación domiciliaria.
-
Cuenta junto a su familia con un
acompañamiento terapéutico.
-
Obtiene tiempo y espacio para tomar
decisiones legales. Decide sobre sus bienes o qué desea
sobre lo que ocurra en los momentos inmediatos a su muerte.
-
Puede elegir cómo y cuándo despedirse de
sus afectos.
Nuestra pretensión desde la Obra Social
OSPAT es trabajar con nuestras redes de salud para el buen morir
de los pacientes terminales, en un Programa que capacite a los
agentes y recursos humanos en salud, designe responsables
médicos de cuidados paliativos por región geográfica, conforme
equipos de trabajo, dé soporte a las redes para facilitar
dispositivos de internación domiciliaria, apoyo psicológico,
logística, asistencia en trabajo social y psicología desde el
nivel central por telemedicina.
Nuestra iniciativa pretende hacer un aporte a la calidad de
vida, en este caso, desde el cuidado de la salud en el último
tramo vital.
En cuanto al gasto sanitario, lejos de ocasionarlo, el buen
morir morigera y limita el esfuerzo terapéutico que pretende
extender la vida en forma desproporcionada y sin objetivo,
ocasionando también costos insensatos para el sistema de salud.
REFERENCIA
(1) Revista de bioética “Bioética Complutense”, volumen 30,
Junio 2017 - Segunda época, Reflexiones sobre la vejez,
enfermedad y muerte en nuestros días.
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