El reciente resultado de las PASO abrió un debate que hace 20
años estaba clausurado por vocación y decisión de las mayorías
políticas que gobernaron durante estos períodos. Ese debate
tiene que ver con el rol del Estado, donde poner las prioridades
y los subsidios, la eficiencia y eficacia del accionar estatal,
hasta donde expandir o contraer el Estado en su accionar, la
importancia de evaluar los programas y las intervenciones
públicas y la gestión de los recursos humanos. Andrés Malamud lo
titulo muy bien con la frase “Javier Milei le hace bien a la
política, mientras no gane”.
Este ocultamiento de la realidad (mal funcionamiento,
distorsiones económicas, subsidios, ineficiencia, baja
productividad) fue posible gracias a los ingresos económicos
extraordinarios y al manoteo de cajas. Pero un día la sequía, la
inflación, la baja productividad y las condiciones
macroeconómicas salieron a la luz con toda la crudeza.
Lo que debemos tener en cuenta es que estos procesos que van a
requerir ajustes y es necesario hacerlos con precisión
quirúrgica y no seguir perjudicando a segmentos de la población
sumergida que intenta sobrevivir y que ha perdido ingresos, pero
también bienes públicos de calidad como la salud y la educación.
En economía sabemos que el crecimiento del gasto sanitario puede
ser compatible con una reducción del costo real de la atención
si se logra aumentar más el valor aportado que el gasto. Esto
hace cada vez más importante la selección de los servicios y
bienes que se van a financiar en forma solidaria para todo el
universo del país y cuáles no.
La viabilidad de la financiación del sistema sanitario teniendo
en cuenta el bombardeo innovador, pasa cada vez más por la
priorización y la aplicación de criterios selectivos basados en
la efectividad que demuestren servicios y tecnologías. La
relación costo efectividad (costo por AVAC) puede ser una buena
guía para la identificación de prioridades relacionada con la
financiación de las tecnologías y programas.
Siempre hay que preguntarse si se gasta mucho o poco en relación
con los resultados. Y en eso la Argentina gasta 10% del PBI para
tener acceso parcial segmentado, calidad poco uniforme de las
prestaciones y un alto gasto de bolsillo para los habitantes.
Alerta algo no está funcionando bien.
Resulta difícil y complejo explicar nuestro sistema de salud.
Está claro que en materia de salud la mayor responsabilidad de
los servicios estatales corresponde a las jurisdicciones
provinciales del que hemos sido críticos en esta columna
innumerable cantidad de veces, reclamando de los gobernadores un
rol más activo y comprometido con los habitantes de sus
provincias. Sobre los municipios no es mucho lo que se puede
decir porque resulta limitado su presupuesto y su accionar en
materia de salud, constituyen un complemento.
Respecto al rol del Estado nacional que ahora se estará
dirimiendo con las candidaturas presidenciales, podemos
mencionar que en materia de salud hace mucho tiempo que el
Ministerio ha perdido capacidad de gobernanza e intenta
sobrevivir en algunos casos administrando programas financiados
por los organismos internacionales o creando direcciones y
dependencias que cuesta mucho trabajo asociar con resultados que
se reflejen a nivel nacional.
Desafortunadamente, así como no se escriben las plataformas
tampoco se hacen evaluaciones cuali cuantitativas de los
programas. Esto nos podría dar alguna pista más allá de los
discursos de cuales funcionan y cuáles no.
El COFESA más allá de las declamaciones nunca se puso en el
centro de la escena y los ministros que han pasado por ese
cargo, ya sea por egolatría o incompetencia nunca han sabido o
han podido convertir al Consejo Federal de Salud en un ámbito
para consensuar y tomar decisiones operativas que luego se
apliquen en todo el país. Es cierto que hay cuestiones jurídicas
y de legislación, pero para que están las leyes y los acuerdos
si no es para transformar la realidad.
El COFESA es como un viaje escolar que se hace algunas veces por
año por los distintos lugares del país, donde concurren los
ministros a mostrar alguna cosa que hicieron, a intentar
quedarse con ambulancias o medicamentos según lo que repartan y
volverse a sus provincias olvidándose inmediatamente de todo lo
conversado.
Por qué no intentar con un observatorio para hacer seguimiento
de la información, monitoreo, benchmarking y que se convierta en
un círculo virtuoso de ideas, proyectos, intervenciones y
programas. Es un patético modelo de falta de gobierno y
conducción para un sistema federal de salud.
El Ministerio de Salud de la Nación hace desde los años noventa
que debería haber sido reconvertido. Fue salvado por la salida
de convertibilidad y la viveza de la política argentina de
intentar recrear nuevamente un gran Ministerio como existía hace
muchos años atrás en la época de Carrillo como si nada hubiera
cambiado. Pero la política no se hace con nostalgia y
remembranzas se hace con realidades.
Se intento volver a reconstruir un Ministerio por decisión de la
política y de volver a manejar un presupuesto antes que por
recuperar capacidad de gobierno sanitario. Se tomaron créditos
que se ejecutan en las provincias obviamente porque el
Ministerio de Salud de la Nación no tiene efectores propios o
tiene algunos muy acotados, muy caros para los resultados y con
escasa transparencia como casi todo el funcionamiento del sector
público.
El programa Remediar paso de un programa de emergencia a
instalarse en la jurisdicción nacional cuando debería haber sido
transferido a las provincias o buscado un mecanismo de
federalización. Pero el presupuesto y el prestigio de ser
ministro es un gran incentivo para intentar resucitar un
Ministerio que ya no conduce un sistema segmentado y
fragmentado.
También ha sucedido con el PAMI con directores que luego de
declarar que había que descentralizar o reconvertir la
institución en el momento que se sientan en el organismo sienten
que pueden ser los salvadores de la patria e intentan también
resucitar otro organismo agotado. Así se repite la historia
primero como comedia y luego como tragedia. Como bien denominó
Mauro Brangold: “La tragedia sanitaria”.
Armando Reale se pregunta hace un tiempo con mucho criterio “Si
la salud es responsabilidad federal de las jurisdicciones, ¿por
qué no descentralizar recursos en vez de mantener programas
unitarios como el PAMI?”.
Y la respuesta podría ser que cuando la caja es grande nadie la
transfiere. En la Argentina el 60% de la población se atiende a
través de algún asegurador de los sistemas de seguridad social o
privado. Como sabemos el PAMI que es un gigante dormido o
anestesiado (5,5 millones de personas cubiertas y el cuarto
presupuesto de todo el país) que nadie sabe cómo tratar por las
consecuencias políticas que puede traer.
Pero también porque resulta una gran caja nacional para repartir
recursos con lógica política y sin criterio sanitario. “Todos
sabemos que no funciona, pero es nuestro”, podrían decir los
políticos (oficialistas u opositores) que aspiran al poder
ejecutivo nacional. En algún momento esa caja la manejaremos
nosotros y no debemos perderla. Sigue estando en la órbita
nacional y en consecuencia sujeta a las influencias y
discrecionalidad de la “casta” y de la burocracia sindical que
se mueve en las esferas nacionales.
En los hechos el director ejecutivo de PAMI que tiene más de 5
millones de beneficiarios, tiene más poder que el Ministro de
Salud y maneja en un diálogo directo con el Presidente de la
Nación temas alejados de lo sanitario y más cercanos a la
política de gobierno. Esto es una anomalía que juega en contra
de construir la gobernanza del sistema sanitario.
Este es el momento donde algunos vivos que ya estoy escuchando
me dicen “vos crees que la política va a hacer algo en contra de
sus propios intereses eso es una ingenuidad”. Y me gustaría
contestarles ahora, que la gente ha pegado un puño sobre la
mesa, pidiendo un cambio ante estas decisiones que se manejan a
espaldas de la sociedad una vez que terminan las elecciones. El
horno no está para bollos. El que quiera entender que entienda y
en caso contrario atenerse a las consecuencias.
Pero volvamos a las jurisdicciones provinciales nuevamente. Los
gobernadores que se viven quejando de lo que no hace el gobierno
nacional, no han sido capaces en estos últimos 20 años de llevar
adelante una reforma del sistema de salud provincial y la verdad
que tienen todas las posibilidades de hacerlo. Y eso que no
tienen que manejar la macroeconomía por lo tanto salud y
educación debería ser donde tienen más compromiso con el
presupuesto y con su tiempo. Sin embargo, muchos desconocen los
rudimentos de funcionamiento del sistema.
Solo falta decisión política, continuidad y estrategia. Para
muchos de ellos invertir en salud es una fuente de negocios,
porque saben que cotizan mejor los grandes hospitales antes que
los centros de salud, claro la infraestructura, equipamiento y
servicios que requiere un hospital son más importantes y grandes
para el negocio que los que necesita un centro de salud donde el
grueso del dinero se tendría que ir en pagar al equipo de salud
para hacer atención primaria entendida como prevención,
promoción y primer nivel de atención.
El poder de los grandes constructores y productores de
medicamentos nacionales no resistirían un esquema de
transparencia y competencia de precios. Sería importante que los
discursos sobre la política sanitaria traten de no tomarnos el
pelo con el compromiso con la atención primaria y otras cosas
que se dicen en campaña para luego terminar haciendo más de lo
mismo.
Organizar la salud no es caro y es relativamente simple solo que
tengo que focalizar en tener una masa crítica preparada para
poder dirigir y ordenar una cantidad de actores donde cada uno
busca su propio interés y estar enfocado claramente en los
objetivos y resultados que debe obtener un sistema sanitario:
acceso, calidad y adherencia.
Las obras sociales provinciales constituyen un eje
desaprovechado por los gobernadores para construir un sistema
provincial de salud. Algunas están tan mal que no pueden ser
utilizadas para conducir ningún proceso virtuoso. No tienen
conducción ni recursos humanos preparados y en esos casos los
Ministerios de Salud provinciales deberían tener un rol clave en
este proceso de creación de seguros.
La falta de integración que existe entre la población con
cobertura pública exclusiva y los que tienen la cobertura de la
obra social provincial, conspira para poder construir una
cobertura provincial para todos los habitantes. Es increíble que
las compras de medicamentos, la organización de la
infraestructura prestadora, las contrataciones de prestaciones
especiales o de laboratorio estén segmentadas según donde está
la población.
Claramente en salud el hecho de agregar la demanda permite
ponerle condiciones a la oferta y negociar precios. La
fragmentación es funcional a una oferta que se hace un festín
con la asimetría informativa y con los incentivos a los
prestadores que se convierten en involuntarios cómplices del mal
gasto y la pésima asignación de recursos que recorre como un
fantasma las arcas provinciales.
Finalmente ingresamos al oscuro mundo de la Seguridad Social
Nacional de la cual sabemos poco y nada. Salvo que administran
2% del PBI y que lo hacen de manera discrecional e ineficiente.
Con obras sociales que son negocios privados de los sindicatos o
de familias como quieran ustedes interpretarlo. Negocios que se
transfieren de generación en generación bajo el manto de la
oscuridad informativa en un mundo atravesado por el acceso y la
libertad de información.
¿Por qué seguimos conviviendo con obras sociales que no llegan a
recaudar el mínimo como para sostener el programa médico
obligatorio de los beneficiarios que tienen a cargo? Voy a
tratar de explicarlo de manera simple. Lo sindical está por
arriba, por abajo y por los costados de lo sanitario. La obra
social sigue siendo un lugar donde hacer política gremial y en
consecuencia nadie quiere perder ese ámbito que el sindicalismo
se ha ganado y consolidado con los años.
Pensar en la obra social hoy como una aseguradora de salud es
una utopía hasta no modificar los comportamientos y los
incentivos. Claramente la Superintendencia no puede ser un lugar
cooptado por lo que debe controlar. Debe estar al servicio de
los ciudadanos, de los beneficiarios y del sistema. No puede ser
cómplice de la falta de eficiencia y transparencia que es la
regla general.
La gobernanza del sistema sanitario a nivel nacional se
construye con unidad de mando sanitario que significa coherencia
en el funcionamiento del Ministerio de Salud, COFESA, el PAMI y
la Seguridad Social Nacional. Por supuesto que en este esquema
hay que trabajar por la integración. El tema clave es definir
donde y como hacer la integración. Desde este espacio creo que
debe haber quedado claro que las jurisdicciones provinciales
tienen la ventaja para ese gran objetivo.
La reforma que necesita el país en materia de salud seguramente
deberá seguir esperando hay otros problemas nacionales más
importantes, pero si tengo expectativas que podría ser parte de
alguna agenda provincial de algún gobernador que se anime a dar
la batalla por primera vez en mucho tiempo.
Seguramente no estará exenta de controversias, conflictos,
adherentes y detractores pues afecta intereses diversos, sin
embargo, en las jurisdicciones tiene muchas posibilidades de
salir airoso si el gobernador se carga la reforma.
Son muchos y variados los intereses que se ponen en tensión,
comenzando con los prestadores privados que saben que los
cambios afectaran su rentabilidad, los médicos (aunque tengo mis
dudas sí están dispuestos a defender algo más que no sea las
limitadas decisiones discrecionales sobre los pacientes),
restantes trabajadores de salud (gremios del sector público
defensor de privilegios y conservador) y luego el resto de los
políticos.
Los únicos que no participan de esta multiplicidad de intereses
específicos y corporativos son los ciudadanos, los usuarios
quienes son en definitiva los que pueden y deben beneficiarse de
un radical cambio en la salud.
El norte de una reforma lo veo posible en alguna provincia que
se atreva a organizar un Fondo Universal de Salud que se
desarrolle como financiador del sistema provincial de salud de
manera eficiente y equitativa, y eso requiere una planificación
estratégica. Ese podría ser el sello de una gestión progresista,
sentar las bases que puedan ser continuadas por futuros
gobiernos de este o diferente signo perdurando en el tiempo como
una política de estado basada en el consenso político y social.
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