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Columna  

NO NOS RESIGNEMOS

Por el Dr. Rubén Torres (*)

 
Cerca del acto electoral, no sabemos con precisión, qué ocurrirá en el país a partir del 10 de diciembre, y en salud, poco o nada se muestra como propuestas. Mientras, hay un constante deterioro: trabajadores desmotivados que viven con incertidumbre, bajos salarios, falta de insumos, etc., que crean un escenario de humillantes esperas por un turno, guardias de emergencia colapsadas por consultas que debieran ser resueltas en otros lugares y malversación de conceptos, como inclusión, a los que habrá que dar nuevamente sentido.
Hay una clara y entendible preocupación en la conformación de equipos económicos, y aunque clave para la salud, pues dentro del mismo país, riqueza relativa, nivel educativo y ubicación del nacimiento, pueden definir el riesgo de enfermar o morir, pero existen pocos indicios, como se ha repetido sistemáticamente, de nombres, condiciones y equipo que se esperan para el próximo Ministerio de Salud.
El desafío es la oportunidad para, más allá de eslóganes electorales, reducir en serio la pobreza, eliminar la desnutrición, garantizar la calidad de la educación básica obligatoria, y un sistema de salud equitativo.
Cada nuevo gobierno tuvo esta oportunidad, y casi siempre evitó el respaldo a un modelo de política sanitaria, que asemeje un camino, a ser transitado con idénticos pasos, en el mismo sentido, y durante muchos años, que exceden ampliamente a un gobierno, para alcanzar una salud más equitativa para todos.
No logramos construir un Estado prestador eficiente de servicios esenciales, y ha llegado el tiempo de decisiones valientes y transparentes para el futuro. El desafío no es equipamiento o estructura edilicia: la tarea titánica será sacar al recurso humano de la letanía en que se halla, que parece sin salida, generando una mística renovada por el compromiso social, y volver a ponerlo en el sitio de prestigio social y respeto que antiguamente ocupará.
Esa transformación implica liderazgo y pensamiento a largo plazo, pero en la Argentina la historia suele ser más piadosa con quienes mantienen la olla a hervor, llena de problemas a resolver, que con quienes muestran la realidad (o “destapan la olla”).
Mientras, la resignación invade a los ciudadanos; se pierde la confianza en que las instituciones del Estado puedan prestar los servicios para los cuales fueron creadas.
El que puede se refugia en el ámbito privado (en el cual se atienden los funcionarios admitiendo que los servicios que administran no son buenos). Los que no tienen opción quedan rehenes de un Estado mediocre que los atiende por caridad, y sufren cada día, su fracaso e ineficiencia.
Nuestras necesidades de salud dependen de una preocupación compartida por las vidas y el bienestar de todos, pero confianza y reciprocidad están retrocediendo, pues las políticas que promueven competencia y consumo fomentan la retirada moral y erosionan las motivaciones éticas.
Los cambios deben iniciarse con la inequívoca decisión de alcanzar un sistema de salud equitativo, donde la misión del hospital público no sea atender a carenciados, sino a todos, y abandonar la peregrina idea de que se lo defiende amotinándose dentro de él para que nada cambie, así solo se logra que se imponga el mercado, que se dice combatir y se habrá extraviado para siempre el proyecto de construir una vida en solidaridad.
Quedo atrás la pesadilla autoritaria pero el proceso participativo que prometía comer, educar y curar, se frustó, y el Estado abandonó su papel en salud, especialmente con los más pobres, a los cuales la inflación devasta. El Congreso sancionó leyes para distintas patologías, que protegen a beneficiarios de obras sociales y prepagas, pero no a los más pobres.
Crear estructuras innecesarias, regular deficientemente, dejar que el sector privado determine la política a seguir y la corrupción se lleve recursos, explica porque la democracia ya no cura ni educa. Esto se resuelve con un gran esfuerzo colectivo, pero algunos dirigentes, de fortunas turbias, y empresarios prebendarios se transformaron en extorsionadores del poder democrático y defienden un statu quo, que les dio bonanza personal, y trajo desgracia colectiva.
Intendentes y gobernadores, de administraciones ricas en empleados y pobres en eficiencia no recortan micros para actos, ñoquis ni legislaturas bicamerales, los legisladores no resignan ni los pasajes y los jueces no aceptan pagar ganancias.
Se generó un Estado cada vez más grande e ineficaz, incapaz de brindar servicios públicos, y nos llevó hasta este país surrealista y fracasado, en decadencia sostenida.
Conseguir logros y privilegios, en cualquier nivel social, con poco esfuerzo, generó un “facilismo” que llevo al país a vivir por encima de sus posibilidades, pagarlo con inflación, deuda, y una idiosincrasia aspiracional de gastar sin producir y vivir de prestado y una desigualdad social creciente.
Hay que tomar conciencia de que estamos mal, y deberá postergarse la creación de organismos multitudinarios que defienden derechos de tercer orden cuando no podemos garantizar los de primero. Controlar gasto y eficiencia públicas hará ruido en las calles, de aquellos que pretenden un Estado más grande, aunque no cumpla ninguna de sus funciones centrales, y temen perder la libertad de ejecutar presupuestos públicos sin control y que se corten beneficios injustos.
Los partidos políticos, están hoy ocupados en el corto plazo, y como las corporaciones, muy preocupados por sus intereses para pensar propuestas que los contradiga, como cambiar conductas sociales, incrementar la solidaridad, la honestidad, la redistribución de riqueza y oportunidades, y la eficiencia.
La Argentina está sin rumbo, con funcionarios que viven en Puerto Madero, a los que avergüenza la ciudad “opulenta”, pero no la miseria que la rodea, los niños que no comen y las provincias feudales. Parece ser un país inviable condenado a una sucesión de crisis y una decadencia sin freno. Pero aún con todos los dramas, puede volver a ser el país pujante, que fue.
Para ello, harán falta grandes decisiones, coraje, coherencia, voluntad de hacerlo postergando la satisfacción de nuestros intereses particulares, y entender que el mérito no es mala palabra.
Hay algo que nos puede rescatar, la fuerza vital de la sociedad que no está en sus gobernantes ni en los discursos del poder, sino en el espíritu de sus ciudadanos, aquel de nuestros abuelos inmigrantes, que construyeron aquella Argentina, que hizo que, a través del esfuerzo y el mérito hoy estigmatizado, los hijos vivieran mejor que sus padres.
No nos resignemos a otra cosa

(*) Presidente del Instituto de Política, Economía y Gestión en Salud (IPEGSA).
 

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