En nuestro país, la carencia de profesionales de
la salud ha dado un alarmante salto cualitativo. Ya no se trata
de tal o cual especialidad, sino de muchas y claves. Al punto
que se generan vacancias inéditas en residencias, cuellos de
botella en operaciones, y turnos con dilaciones indignantes.
Existe una baja en la graduación, una emigración preocupante,
corrimientos al sector privado (incluso del prepago al
particular), y una sobrecarga extenuante para quienes
permanecen, muchas veces en condiciones de pluriempleo. Incluso
un repaso somero excedería el espacio de este artículo, pero el
resultado es claro: la inequidad se potencia.
El debilitamiento institucional ha jugado un papel no menor en
esta larga crisis sanitaria, que hoy nos obliga a analizarla con
la responsabilidad que merece, a fin de lograr su pronta
corrección. La consideración de este punto ineludible pasa por
retener a los profesionales formados con condiciones laborales y
de remuneración adecuada.
Resulta inadmisible que éstas varíen hasta triplicarse en
jurisdicciones vecinas como ciudad y provincia de Buenos Aires.
El éxodo de especialistas se hace así incontenible. No se les
puede pedir a los médicos que se sacrifiquen, o erigirlos como
mártires. No tienen por qué serlo. Deben ser profesionales
dedicados, idóneos y responsables; no super héroes.
Seguramente se puedan revisar los programas de medicina, pero la
solución no pasa por recortar contenidos para acelerar las
graduaciones. Se hace indispensable fortalecer la formación
práctica, de taller, de residencia.
En este sentido, la reducción en la edad jubilatoria de médicos
a los 50 años que provincia de Buenos Aires realizó en 2015
resulta el colmo de la insensatez. Precisamente a la edad en que
se madura la experiencia y se está en condiciones de tras- pasar
su saber práctico en los hospitales que son (al menos lo eran)
la verdadera escuela práctica de los médicos, se los aparta del
cargo.
Estamos presenciando una verdadera tragedia sanitaria en cámara
lenta (y ya no tan lenta), que requiere ser revertida cuanto
antes. No hay soluciones rápidas, pero hay que empezar a
ordenar. La caída viene de lejos y tuvo un crescendo en los
últimos años de pandemia.
Porque está claro que no sólo faltan médicos. Falta la
determinación política de priorizar la gobernanza sanitaria, la
gestión de atención médica, de ordenación profesional, de
jerarquización laboral. Generar los incentivos que morigeren la
desigualdad en lugar de recrudecerla. Atender al corto, mediano
y largo plazo, diferenciando objetivos y medidas acordes a ello,
con la suficiente flexibilidad para enmendar lo que hiciera
falta.
Lo llamativo es la falta de preocupación que parece generar en
la opinión pública. Como si la gestión sanitaria no fuera
responsabilidad del Estado. Como si no debiera ser una agenda de
transformación política de primer orden. Porque solo en manos
del mercado, ya no deberían quedar dudas, se generan profundas
inequidades, con la oferta dineraria atrayendo a los médicos en
polos de mayor concentración de riqueza. Se necesita para
revertirlo una Ley de Ordenación Profesional, pero incluso más:
una redefinición cívica del rol de la atención de la salud.
El cuidado de la salud parece resguardarse en la intimidad de
cada quien, cuando es una articulación pública la que teje una
red de lo que efectivamente es un bien privado, pero social
también. Debemos priorizar la atención de salud, jerarquizar su
función, privilegiar su formación y ordenamiento territorial.
Especialmente en su vertiente pública, pero también en la
privada. Favorecer su integración y no su competencia o mera
yuxtaposición.
Esto no es todo, desde luego. La propia infraestructura, desde
lo más complejo a lo más básico, deben repensarse en términos de
una mayor integración a una estrategia productiva propia, que
nos haga menos dependientes de la oferta extranjera y de paso
morigere la restricción externa. ¿Alguien se preguntó en cuánto
colabora la importación de medicamentos, maquinaria y demás
insumos sanitarios en la deuda externa?
Pero lo impostergable hoy es encarar la tarea de rearticular la
asistencia médica que se haya colapsada y raleada. El nudo
consiste en destrabar la distribución del mercado, y generar una
atención médica que no sea una oferta que responda a una demanda
(económica) sino una producción profesional que responda a una
necesidad social.
La herramienta para generar esa articulación es el Estado con
políticas públicas haciendo uso de instrumentos de incentivación
económica y de distinto índole suplementario y complementario a
los del mercado.
La economía de mercado es un medio que emplea la sociedad para
satisfacer las necesidades de bienes y servicios. Sin embargo,
“en la atención de la salud se dan particularidades que la hacen
diferente de otros bienes y servicios”, según afirmara el propio
Milton Friedman, Premio Nobel de Economía-1976 y líder de la
Escuela de Chicago.
La demanda de un bien se define como las diversas cantidades de
él que los consumidores están dispuestos a adquirir a diversos
precios. Ahora bien, el mercado de la salud posee una
característica capital a discernir: si se trata de una demanda
real o de una demanda inducida. Su diferenciación sólo es el
resultado del conocimiento de la situación sanitaria.
En el mercado de la salud la demanda está interrelacionada, es
decir que no es independiente. Está claramente influenciada por
la conducta médica, ya que los pedidos de exámenes
complementarios, como también las recetas médicas, adquieren
carácter de una orden de compra. Esto sucede por la
transformación de la actividad, consecuencia del impacto
tecnológico, aún no satisfactoriamente asimilado racionalmente.
De esta manera, al no estar normatizado ni sistematizado, el
abordaje o estudio del paciente actúa como incrustaciones y no
como incorporaciones al bagaje de conocimientos. Hasta el 80% de
los gastos médicos son generados por este accionar.
No se ha desarrollado aún el sistema de producción por exámenes
y estudios, ni el sistema de aplicación por módulos, lo que se
traduce en una distorsión entre el costo y el gasto médico. Todo
riesgo financiero derivado de mayores costos e incertidumbre de
ingresos se potencia ante la falta de conocimiento perfecto,
respecto al costo de los procesos en las intervenciones médicas.
No son los habituales esquemas de marketing que utiliza el
mercado los resortes válidos para revertir la irracionalidad y
fragmentación, la dilución de la responsabilidad, las fugas
presupuestarias y el alto costo que hoy impera en el área de la
salud.
Además, no se trata del juego de la oferta y demanda como si
fuera un supermercado con distintas góndolas. No basta, para el
equilibrio en salud, con disponer de una buena oferta si no se
cuenta con los conocimientos científicos que nos ayudan a
elegir.
En definitiva, si partimos de la perspectiva mercantilista, lo
que tenemos es el mecanismo de oferta y demanda de salud, que
implica una tergiversación de lo que debiera ser una adecuada
satisfacción de necesidades de salud, por medio de una eficiente
producción de atención médica.
Vivimos una desvalorización sanitaria. El valor del médico se
pierde. La salud está agonizando a ojos vista, pero nadie parece
hacerse responsable más que para, en el mejor de los casos,
resolver la urgencia. Debemos pasar de administrar el caos para
gestionar un reordenamiento profesional que supere barreras
jurisdiccionales burocráticas y que integre los subsistemas para
optimizar recursos y, sobre todo, hacer a todo el sistema más
equitativo, lo que no significa otra cosa que más justo. Más
humano. Más saludable.
(*)
Doctor en Medicina por
la Universidad Nacional
de Buenos Aires (UBA).
Director Académico de la
Especialización en
“Gestión Estratégica en
organizaciones de
Salud”; Universidad
Nacional del Centro -
UNICEN; Director
Académico de la Maestría
de Salud Pública y
Seguridad Social de la
Universidad del
Aconcagua - Mendoza;
Coordinador del área de
Salud Pública, del
Depto. de Investigación
de la Facultad de
Ciencias Médicas,
Universidad de
Concepción del Uruguay,
Entre Ríos. Co Autor
junto al Dr. Vicente
Mazzáfero de “Por una
reconfiguración
sanitaria pos-pandémica:
epidemiología y
gobernanza” (2020).
Autor de “La Salud que
no tenemos” (2019);
“Argentina Hospital, el
rostro oscuro de la
salud” (2018); “Claves
jurídicas y
Asistenciales para la
conformación de un
Sistema Federal
Integrado de Salud”
(2012); “La Fórmula
Sanitaria” (2003)). |
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