Parafraseando el título del
excelente libro de Milan Kundera, resulta interesante
reflexionar sobre algunas cuestiones que sobrevuelan el
particular inconsciente colectivo sanitario. Por
ejemplo, la levedad con que se utilizan slogans en salud
como palabras mágicas que vendrán a resolver el ser
natural de nuestro sistema, que es la dimensión de su
complejidad. Uno de ellos es la Cobertura Universal en
Salud, ya ampliamente popularizada como “la CUS”.
Respecto de su definición original, nadie puede estar en
desacuerdo. Algo que garantice e iguale acceso a la
atención con calidad sin diferencias de donde se vive,
qué obra social se tiene o cuánto dinero se dispone para
gastar y sin poner a la persona y su familia en riesgo
financiero, siempre será bienvenido. Pero desde que se
la estableció por primera vez como eje de la nueva
política sanitaria argentina, poco es lo que se conoce
respecto de las estrategias concretas para alcanzar
tales metas. Ha transcurrido un año y medio de su
enunciación, y sólo existen vagas consideraciones
respecto de viejos temas como la nominalización y el
empadronamiento de los beneficiarios, la provisión de un
documento de salud y la posibilidad de ofrecerle a los
que tienen como única cobertura el sector público
asistencial un desconocido Paquete Básico de Servicios
como ajustado menú. Todo ello a realizarse a través de
las provincias, que recién están tratando de entender
como ajustarán sus presupuestos y su crónicamente
deficitaria y sub gestionada estructura sanitaria,
incluyendo los menguados recursos humanos, a la moderna
magia de la CUS. Hay una importante cuestión de levedad
en suponer que, con el simple hecho de enunciar una
sigla -enarbolada por un organismo internacional- y
utilizarla como slogans sin precisar con claridad sus
contenidos, la salud alineará sin obstáculos mayor
eficiencia, efectividad, calidad y principalmente
equidad. Poco creíble.
En esencia, se parece mucho a un huevo de Pascua. Muy
vistoso en su exterior, pero vacío por dentro. Y lo que
es peor, con pocas de esas sorpresas que hacen ruido, y
además ya conocidas. Para nominalizar y empadronar están
el PUCO y el SUMAR, el documento de salud debiera ser la
SUBE del sistema para superar la subcultura del
registro, y las provincias pese a sus propias carencias
a veces brindan mucha más atención que el propio PMO. El
resto de las referencias giran en torno a problemas
conocidos del sistema de salud, especialmente del sector
público, como la calidad asistencial. En ningún lugar se
habla con claridad -por ejemplo - de desarrollar lo que
se ha demostrado como exitoso en países vecinos en base
a la fortaleza de una gestión de APS territorial,
interdisciplinaria, centrada longitudinalmente en
familias a cargo, participativa y liderada y financiada
por una única batuta, que haga eje en lo que está por
fuera del sistema de salud/enfermedad, pero agobia con
su peso, como son los determinantes sociales. Si se
copian slogans ¿Por que no copiar programas eficaces?
Que un mismo “huevo de Pascua” sanitario pueda ser
aplicado a cualquier tipo de subsistema de salud en
forma acrítica y sin plantear el contexto social en que
éste se desenvuelve más allá de la complejidad de sus
propios problemas es, cuanto menos, una falacia. Y
cuando se habla de falacia, es bueno remitirse al
pensamiento de Roger Scruton, catedrático de Oxford,
quien la describe como un autoengaño basado en ideas que
se repiten como verdades reveladas. Es lo que se conoce
como “posverdad”, que no precisa basarse en demasiadas
evidencias, ya que no las tiene.
La falacia típica de la posverdad es la del “mejor caso
posible”. Es imaginar que se dispone de la mejor idea y
se la enuncia sin considerar otras, validándola sin la
posibilidad de aceptar su posible fracaso o tener que
asumir el costo probable del error. Al desestimar otras
alternativas, más allá de la enunciada como concepto
unívoco, y al mismo tiempo soslayar los dilemas del
contexto, se terminan por malgastar las pocas
herramientas que estaban disponibles y con resultados
demostrados. Es una suma de expresiones basadas en
deseos vagos. Hablar de hacer algo, sin tener claro
cómo, también hace a la levedad de la política en la
época de la posverdad. Se basa en esta misma levedad de
suponer que lo idealizado desembocará sin obstáculos en
un final feliz, y que entonces será posible lograr una
única solución a todos los problemas del sistema de
salud (por ejemplo, resolver la demanda en forma
equitativa, con calidad, protección financiera y sin
barreras de accesibilidad). Y que todo lo que dé lugar a
conflicto o tensión con estas ideas será pasible de su
eliminación por el simple voluntarismo del slogan.
Sencillamente, utópico.
Al pertenecer a un futuro lejano y difícil de demostrar,
la utopía de la consigna también sirve para bloquear
toda otra idea conceptual que permita ampliar el debate.
Cuando de lo único que se habla es de la sigla CUS en
base a los ejes argumentales de la OPS, y no hay
posibilidad de discutir con otras expresiones del
pensamiento sanitario contenidos e implementación sobre
un sistema de por sí muy particular, resulta difícil
instalar consensos. Las condiciones bajo las cuales se
intenta implementar adolecen de una insoportable
levedad. Y su evaluación en términos sociales no es la
mejor. Se habla mucho de construir una Política de
Estado en salud, pero no estando claros los objetivos ni
el camino a seguir, el escepticismo respecto de avanzar
hacia un nuevo escenario sanitario sin sustento
colectivo llega a invadir al más optimista. Y esto juega
un papel relevante en el éxito o fracaso de un proyecto
político, más si se trata del correspondiente a un área
con tan poca presencia constante en la opinión pública
como es la salud. Sólo queda por esperar que el árbol
del lema no tape el bosque de la realidad.
(*) Profesor Titular
- Cátedra de Análisis de Mercado de Salud -
Magister en
Economía y Gestión de la Salud - Fundación
ISALUD.
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