La población mundial registra un
“envejecimiento” significativo, con
un peculiar paisaje, más años de
vida, pero que no representan mejor
calidad de vida. Los motivos son
excesivos para ser abordados en
pocos renglones, pero dicha realidad
representa un problema que pocos
están dispuestos a asumir, y muchos
menos a resolver. Podría aseverarse,
sin temor a equivocarse, que muchos
estados están “aprendiendo” según
las rutinas que deben afrontar, lo
cual se traduce como que muchos
funcionarios corren detrás de los
problemas, sin siquiera llegar a
comprenderlos y/o dimensionarlos.
Entre 2003 y 2010, no pocos estudios
privados han alertado sobre el
efecto de la reducción de los
nacimientos versus el crecimiento de
la vejez poblacional, pero ninguno
de ellos recibió la consideración
política ocupada (siempre) en otros
menesteres. La carencia laboral, la
informalidad laboral creciente, la
pérdida de puestos de trabajo digno,
la inaccesibilidad a carreras
laborales sostenidas con calidad en
el tiempo, interponen una dramática
luz roja a la imposibilidad
manifiesta de mantener los modelos
solidarios de cobertura, tanto para
los que se incorporan al sistema,
como para aquellos que lo abandonan.
Dicho de otra manera, el
envejecimiento poblacional es un
fenómeno global (planetario) que
representa el desafío de crear un
modelo sustentable superador,
entendiendo que dicho fenómeno
implica un aumento del gasto
sanitario, inevitable, que no puede
perder su sentido solidario,
universal, equitativo, lo cual exige
tomar una dirección que agregue
valor a todo lo conocido. Esta
novedad es conocida como “transición
sanitaria” y demanda un enfoque
multidisciplinar.
Se estima que el envejecimiento
incrementaría el gasto sanitario en
1% anual de manera sostenida en el
lapso 2018 hasta 2040, pero ello no
contempla las deficiencias de
arrastre, las que seguramente
incrementarían el porcentual de
impacto según el ordenamiento de
cada país. No obstante, ello, no
debería perderse de vista que las
mejoras de las tecnologías médicas
obligarían a establecer minuciosos
puntos de equilibrio móviles,
rectificables a medida que los
sistemas regulatorios las van
incorporando, un apartado que no
pocas investigaciones vienen
analizando con distinta suerte.
Uno de los puntos angulares del
problema en cuestión es que el
modelo GRD (Grupos Relacionados por
Diagnóstico) debería ser optimizado
como eje necesario e imprescindible.
Por ejemplo, el gasto sanitario para
el rango de 26 a 36 años de edad, es
cuatro veces menor al de 76 años y
mayores, sin embargo, si se toman en
cuenta todas las variables que
intervienen directa e indirectamente
en uno y otro plano, la resultante
enseña que el gasto en los primeros
(26/36) sería seis veces menor al de
los segundos (>75). Siguiendo el
mismo criterio matemático, tomando
niños y adolescentes entre 6 a 15
años, respecto de personas con 76
años o más, se observa que el gasto
de los primeros (5/15) sería doce
veces menor al de los segundos
(>75). Hecho que se ratifica en toda
su dimensión cuando se determina que
el gasto incurrido en menores de un
año de edad, es entre 5 a 10 veces
mayor que aquel consumido por el
rango de entre 5 a 15 años de edad.
Esto obliga a entender que los
modelos por venir deberían ser
ajustables en el corto plazo, lo
cual evitaría daños irreparables.
La edad tiene un fuerte componente
en el uso/demanda de los servicios
sanitarios. La estancia media de
hospitalización en mayores de 64
años se duplica respecto de menores
de 34 años, pero de acuerdo a
distintas variables, el impacto
podría llegar a ser cinco veces
mayor. Empeorando cuando se comparan
edades entre 17 a 19 años respecto
de mayores de 75 años, donde el
impacto alcanza a ser hasta siete
veces mayor.
Existe evidencia suficiente como
para generar una acción integral
destinada a la salud pública en los
procesos de envejecimiento. Los
estamentos públicos, así como las
organizaciones privadas deben
comprender que estas acciones
demandarán un extenso proceso de
aprendizaje, correcciones y ajustes,
independientemente del estatus
actual tanto económico como de
desarrollo. Por lo pronto, los
sistemas de salud deben evolucionar
hacia una atención integrada y
multidisciplinaria que contemple la
historia de cada paciente, el
universo de enfermedades crónicas y
sus incidencias socio económicas,
las tecnologías médicas que
participen en las distintas etapas y
sus respectivos costos-beneficios,
asumiendo que la respuesta a
semejante demanda requiere premura y
certeza, expandiendo una
especialización con la que hoy no se
cuenta.
El cuidado a largo plazo necesita de
nodos de coordinación proactivos que
planifiquen adelantándose a los
hechos (demandas) y ello implica
contar con respaldos presupuestarios
suficientes como para que el modelo
no se consuma en sí mismo,
agotándose en su sustentabilidad. Lo
antedicho amerita un cambio en la
consideración del envejecimiento,
entendiendo por ello que la
humanidad se encuentra en un proceso
de diversificación social y de
movilidad que alteran todos los
estándares conocidos, lo que
impulsaría a desarrollar modelos de
gestión que se anticipen a las
inequidades que actualmente afloran
por todas partes.
Vivir más debería estar asociado a
vivir mejor, y no necesariamente a
empeorar. Ello exige redistribuir
las participaciones solidarias
ajustándolas según el desarrollo y
la inserción laboral, de menor a
mayor (desde los 20 hasta 50 años) y
de mayor a menor (desde los 50 hasta
los 70 años), entendiéndose por ello
que debe haber un proceso de
desinserción que debe estar regulado
no sólo en lo laboral y/o productivo
sino en el aumento progresivo de las
coberturas y las protecciones,
contemplando que la vida no es un
código de barras, ni tampoco un
sello que establece la fecha de
caducidad de las personas.
El facilismo de las observaciones
aportados por las crisis económicas
ha generado una distorsión en las
apreciaciones, y éstas a su vez, han
provocado decisiones inoportunas
tanto como imprudentes y con alta
capacidad de daño social, lo que ha
agravado el gasto en vez de
sostenerlo estabilizado. La víctima
de dichos desaciertos ha sido la
gente envejeciendo, así como los
actores de los servicios de salud.
El futuro de la población mundial
está indicando que nuevos errores se
traducirán en catástrofes sociales.
Esto exige una intervención
temprana, antes que el problema
alcance el rango de hecatombe.
BIBLIOGRAFÍA:
- INFORME MUNDIAL SOBRE EL
ENVEJECIMIENTO Y LA SALUD.
ORGANIZACIÓN MUNDIAL DE LA SALUD.
2015. http://apps.who.int/iris/bitstream/10665/186466/1/9789240694873_spa.pdf
- GASTO SANITARIO Y ENVEJECIMIENTO
DE LA POBLACIÓN (ESPAÑA). Namkee Ahn,
Javier Alonso Meseguer, José A.
Herce San Miguel. Fundación BBVA.
Documentos de Trabajo 7. 2003.
http://www.fbbva.es/TLFU/dat/DT_2003_07.pdf
- EL IMPACTO DEL ENVEJECIMIENTO
SOBRE EL GASTO SANITARIO. Jaime
Puig-Junoy. Centro de Investigación
en Economía y Salud. CRES-UPF.
Universidad de Zaragoza. 2009.
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