Suele resultar un lugar común que la fortaleza de las
instituciones está en las personas que forman parte de
ellas, y muchas veces esta afirmación es utilizada como
slogan populista y demagógico por sus conductores.
El violento terremoto que sacudió a Chile en la mitad de
la noche del 27 de febrero derrumbó casi totalmente una
decena de hospitales, puso en severo daño estructural a
una treintena de ellos, y privó en segundos al sistema
hospitalario de unas 4.000 camas de distinta
complejidad.
Todos quienes hemos trabajado en hospitales, sabemos que
la noche es uno de los momentos de mayor debilidad
funcional de los mismos, y la suma de aquella brutal
arremetida de la naturaleza con esta debilidad, se
conjuraron para amenazar con una muerte inminente a los
miles de pacientes internados en estos establecimientos.
Sin embargo, a las 3.44 h. de aquella noche, los
trabajadores de la salud, sin distinciones de profesión
ni jerarquías, evacuaron la totalidad de los hospitales
afectados (pacientes de distintos grados de complejidad
con sus respectivos equipos de asistencia, etc.) sin que
hubiera que lamentar prácticamente ninguna muerte, ni
entre los pacientes, ni entre el propio personal.
Horas después, recorriendo la zona más afectada, vi a
ese mismo personal, después de un enorme esfuerzo, y con
la incertidumbre, en muchos casos, de la suerte corrida
por sus familias y bienes, continuar trabajando
arduamente para reubicar a sus pacientes en la forma más
cómoda y segura.
Esa recorrida me permitió también comprobar que la
inmediata respuesta de unos servicios de atención
primaria fuertes y con una amplia distribución
geográfica fueron decisivos en el restablecimiento casi
inmediato de la accesibilidad de los ciudadanos al
sistema de salud.
Estas referencias, al indudable valor que el recurso
humano en salud apropiadamente capacitado y una atención
primaria con capacidad de respuesta importante tienen,
son tomadas, sólo como una expresión más (de las
innumerables que existen), de que estas condiciones
constituyen pilares fundamentales en la construcción de
un sistema de salud moderno, equitativo y con respuestas
dirigidas a la salud y no a la enfermedad de los
ciudadanos.
En lo que hace al recurso humano en salud, basta
recordar que las “reformas” de los sistemas de los 80 y
90 ignoraron supinamente este componente de los
servicios y sistemas, y el resultado ha sido, en la
mayoría de los países, y en el nuestro, la conformación
de planteles, en todos los niveles del sistema,
absolutamente inadecuados a las realidades
epidemiológicas, de carga de enfermedad, sociales y de
prioridad vinculada a ellas, a lo cual debemos sumar en
algunos casos salarios irrisorios, horarios con
dedicaciones inexplicables y a contramano de las
necesidades de la gente, y todo ello en un contexto de
precarización laboral (informalidad), que contradice
profundamente la definición de trabajo decente.
Respecto a la importancia de la APS, no quisiera agregar
gotas, a los torrentes de tinta y saliva derrochados por
sanitaristas convencidos y funcionarios demagogos, pero
creo que ha llegado el momento de pensar y llevar a la
práctica seriamente (más allá de los discursos y
documentos) la conformación de una red de atención
primaria con una visión renovada. Y hago referencia, no,
a la lamentable situación de algunas de las actuales
redes basadas muchas veces, en el esfuerzo unipersonal
de trabajadores de la salud (profesionales y no
profesionales) dotados únicamente de una notable e
inquebrantable voluntad de asistencia al prójimo, y
despojados de los recursos imprescindibles para llevar a
cabo su labor; sino a una red conformada por
profesionales y no profesionales especializados en
medicina general, familiar o rural, acompañados de la
suficiente capacidad de resolución, en términos de
dotación de recursos de diagnóstico y de especialistas,
que no sólo pongan esto cerca de la gente, sino también
que liberen a nuestros hospitales de la insoportable
presión que se ejerce sobre sus servicios de emergencia.
Ambos hechos (recursos humanos y APS), están
relacionados en la necesidad de discutir seriamente una
política social que comprenda estas visiones, las cuales
muchas veces, lamentablemente, no están en la dimensión
del pensamiento de los funcionarios, sino que tampoco
están insertas en las demandas, poco reflexivas o
profundamente ligadas a intereses de las asociaciones
gremiales, profesionales y sindicales.
Cuando citaba los ejemplos del comienzo, y rememorando
las duras horas vividas durante aquella noche del 27 de
febrero, se me ocurrió pensar que mientras la tierra se
movía, mucha gente del sistema de salud se hallaba en un
muy productivo movimiento, salvando vidas y protegiendo
a los otros. Posiblemente, para el sistema de salud
argentino va llegando el momento de ponerse en
movimiento, sin esperar a que la tierra se mueva. Vale
recordar, que han pasado muchos años, y en la Argentina,
además, afortunadamente no tenemos desastres naturales
masivos...si en esta categoría no incorporamos, la
desaprensión o falta de conocimiento de muchos de los
dirigentes del sector.
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