“Y si no estudiamos nuestra propia realidad, ¿quién
lo va a hacer por nosotros?
Risieri Frondizi
El desarrollo de una Nación depende de múltiples
factores, entre los cuales podemos ubicar al propio
crecimiento de las capacidades económicas del país. No
hay autonomía posible sin la presencia de industrias
pujantes, que generen mano de obra local y que ofrezcan
bienes y servicios a precios más accesibles que los
producidos en el exterior. Además, ese proceso enriquece
cualitativamente a la sociedad, que adquiere nuevos
conocimientos, materia vital en estos tiempos.
Ciñéndonos al campo sanitario, observamos que en muchas
ocasiones dependemos de tecnologías e insumos
importados, lo que, además de encarecer los costos,
acentúa nuestra dependencia y nuestra ignorancia.
Retomando la frase de Risieri Frondizi, somos nosotros
quienes necesitamos estudiar nuestros problemas. Nadie
hará esa tarea en nuestro lugar. Por lo tanto,
focalicemos aún más nuestra mirada, y analicemos un
caso, el de las enfermedades renales y su tratamiento en
base a la diálisis, para ilustrar esta situación de
dependencia externa, una dependencia que se vuelve tanto
material como cultural.
Un exhaustivo informe realizado por el Ministerio de
Salud de la Nación, da cuenta de la cantidad de
pacientes en diálisis crónica, y de la cantidad de
centros correspondientes a esos tratamientos,
actualizados al año 2007. Del Registro Argentino de
Pacientes en Diálisis Crónica, se desprende que hay
25.031 personas que deben someterse a esos tratamientos.
Este número indica un incremento constante de los
pacientes en diálisis, desde que comenzó el Registro en
2004, y el análisis de las variables muestra que en la
región del Litoral se registran tasas bajas, lo que
lleva a pensar que hay dificultades para acceder al
tratamiento. Por otra parte, el Registro de Centros de
Diálisis indica que en todo el país hay 471 unidades de
tratamiento, de las cuales 394 son privadas, tanto de
multinacionales como de empresas independientes, en su
mayoría Pymes de médicos nefrólogos.
Si nos concentramos entonces en la parte privada que
depende del capital multinacional, vemos que esas
empresas, en muchos casos, operan los centros de
diálisis y además fabrican los insumos necesarios para
el funcionamiento de los mismos. Así las empresas
alimentan sus ganancias vendiéndole insumos a sus
propios centros y a otras empresas independientes, a
precios internacionales. De esta manera, el paciente
queda “congelado” al rol de “cliente”, pero un “cliente
cautivo” de la empresa y sus productos. Además, la
dinámica de estas empresas lleva a que se concentren
casi exclusivamente en las zonas más densamente
pobladas, practiquen traslado de pacientes intraempresa
sin tener en cuenta el domicilio del enfermo, y tiendan
a prácticas monopólicas.
Estamos hablando de un volumen de dinero inmenso. Cada
sesión de diálisis cuesta 327 pesos, y si se necesitan
13 sesiones por mes, hablamos de 4.245 pesos por
paciente. Al año, el costo del tratamiento para cada
paciente es de 50.949 pesos, y si a esa cantidad la
multiplicamos por 25 mil, nos da que los tratamientos de
diálisis cuestan más de 1.275 millones de pesos (cifras
referidas al 2007, y que a la fecha han incrementado su
valor y el número de pacientes involucrados).
El mencionado informe detalla qué máquinas e insumos
para diálisis se tienen que importar: los monitores de
hemodiálisis, las bombas de las plantas de agua, las
agujas de fístula, la tela adhesiva hipoalergénica, el
bicarbonato, el cloruro de sodio, las resinas de
intercambio iónico, los filtros, y otros. La lista es
inmensa, y lo que se fabrica en el país (jeringas,
vacunas antihepatitis B, hierro, jabones, cintas de
papel, gasas), es lo menos costoso. Llegamos al punto
nodal de este artículo: la dependencia tecnológica del
exterior.
La clave para no caer en el tobogán de la dependencia
permanente del “afuera” es, en primer lugar, evitar la
llegada a la situación de diálisis, mediante la
prevención. La detección precoz y el tratamiento de
protección de los riñones son las medidas más apropiadas
para abordar la enfermedad renal crónica (ERC). Hay que
orientar recursos para atender a quienes sufren
enfermedades de riesgo de desarrollar ERC, como son
diabetes, hipertensión arterial, afecciones
cardiovasculares, periféricas, cerebrovasculares,
enfermedad prostática, lupus, y vasculitis. Los recursos
no son otros que tener profesionales capacitados y
métodos complementarios sencillos y de bajo costo,
(ecografía renal, laboratorio de rutina, etc.) A esos
recursos hay que sumarles la educación sanitaria, los
cambios de hábitos, el control de la glucemia en los
diabéticos, el abandono del tabaco, y medidas de ese
tenor.
Llevar adelante esas políticas evitaría seguir
encareciendo los costos del tratamiento de diálisis, en
un esquema que, como vimos, implica que gran parte de
las piezas del engranaje provienen del exterior y hay
que pagarlas a precio dólar. Ante hospitales públicos
que no interactúan entre sí, y un capital privado
dividido entre pymes y multinacionales, hay que revertir
la situación de dependencia tecnológica.
Este panorama nos muestra una vez más, que no habrá
destino nacional sin un esfuerzo estratégico sostenido y
coherente al servicio del desarrollo. Debemos abandonar
la recepción pasiva y el uso acrítico de tecnología
ofrecida por el mercado internacional, que hoy por hoy
solamente potencia la deuda externa y la deuda social.
Mundialización y globalización pueden ser términos
intercambiables (según léxicos empleados), pero
extranjerización y desnacionalización, ¡no!
Se trata de tener tecnologías apropiadas que respondan,
en una “cascada lógica”, a los siguientes pasos:
-
un
plan de salud que enhebre y concatene
-
programas que respondan a agendas articuladas
-
en
armonía a una planificación estratégica
-
dentro
de un sistema federal integrado de salud, que sólo será
posible si su diseño contiene un acuerdo público-privado
-
acuerdo que posibilite la complementación, evitando
inversiones antieconómicas que se realizan no en función
de las verdaderas necesidades, sino en función de las
actitudes competitivas de un mercado no regulado como es
el de la salud.
El
panorama actual, de dependencia tecnológica, económica,
y cultural, nos remite al “triángulo virtuoso”,
descripto por Jorge Sábato y Oscar Varsavsky en los 60,
que señala como meta la interacción permanente entre:
-
el
sistema científico-tecnológico y su infraestructura como
sector de oferta de tecnología
-
el
Estado, como diseñador y ejecutor de la política
-
el
Sector Productivo, como realizador demandante de
tecnología pilares que deben sostener una capacidad
científico-tecnológica autónoma, como instrumento
liberador y catalítico, base de un desarrollo armónico e
integral.
Si la
Argentina en sus desarrollos de innovación tecnológica
reciente ha logrado metas complejas y exitosas como el
reactor nuclear del INVAP (Instituto Nacional de
Investigaciones Aplicadas), ¿cómo no poder asumir
entonces nuevos desarrollos como aquéllos a los que
hemos hecho referencia con anterioridad, en relación a
la ERC?
Hoy, 25 mil personas en nuestro país necesitan para
vivir de una tecnología que básicamente depende del
exterior, y es un reflejo del grado de subdesarrollo que
padecemos. Debemos alcanzar una planificación
estratégica nacional, que se haga cargo de la
responsabilidad intransferible que tiene el Estado en lo
que hace a la salud de la población. Los procesos de
extranjerización y desnacionalización económica nos han
vuelto un “territorio” en vez de una “Nación”, y meros
consumidores en lugar de ciudadanos. Y no se trata
solamente de comprender el fenómeno como una puja de
corporaciones. De lo que se trata es de no caer en
conductas desertoras a la hora de preservar la dignidad
humana argentina.
Si un país no tiene libertad de maniobra, ni capacidad
innovativa, por más bellas palabras que pronunciemos,
siempre estaremos limitados en nuestro desarrollo.
El laberinto de actores del campo sanitario argentino es
un triste presente que debe remediarse, para que todos
los actores involucrados, con el Estado como garante y
orientador de recursos, para salir de la parálisis
permanente y encarar el futuro con esperanza. Recordemos
que hay 25 mil personas que dependen de máquinas para
sus vidas, y de ellas 5 mil están en lista de espera por
un trasplante.
No nos estamos refiriendo a un consumo ni ostentatorio
ni volitivo, sino a una necesidad de aplicación
obligada. No es un rubro menor en la economía médica, y
dadas las características de su dinámica va potenciando
la ineficiencia técnica y bloqueando la innovación,
componente éste esencial en todo desarrollo científico.
Si logramos revertir esta condición, nuestro País, o sea
todos nosotros, ¡saldremos ganando!.
Dr. Ignacio Katz. Doctor en
Medicina (UBA). Autor de “En
búsqueda de la salud perdida” (Edulp,
2006); “Argentina Hospital, el
rostro oscuro de la salud” (Edhasa,
2004); “La Fórmula
Sanitaria”(Eudeba, 2003). |
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