Por estas horas los mensajes
mediáticos se concentran en las
premoniciones mayas y las de
Nostradamus acerca del final de los
tiempos. Todos se retroalimentan con
visiones que muy pocos, casi nadie,
pueden certificar en cuanto a su
realidad más allá de un estimable
cálculo de probabilidades…
Mientras ello sucede, cosas reales
alimentan nuestros días, muchas de
ellas no debidamente atendidas.
Estados Unidos de Norteamérica ha
hecho un aporte concreto a la
modificación de su muy inequitativo
sistema de salud, incluyendo ahora a
32 millones de personas que no
tenían cobertura alguna. El Congreso
de dicho país aprobó la iniciativa
por 220 votos a favor y 207 en
contra, enseñando que las
necesidades sociales poco se
corresponden con el convencimiento
político-económico-empresario.
El argumento empleado por el
Presidente Obama fue terminante:
“más allá del drama personal que
lleva cada 30 segundos a un
estadounidense a la quiebra por los
gastos sanitarios, hay que actuar de
forma decidida porque la amenaza de
los crecientes gastos sanitarios es
para toda la economía ya que las
aseguradoras sanitarias son el 16
por ciento de todo el PIB
estadounidense”.
El fundamento movilizador ha sido
dar cobertura a cerca de 35-42
millones de estadounidenses que
actualmente no disponen de acceso al
seguro de salud y no pudiendo
inscribirse en ninguno de los
programas públicos Medicaid (para
los más pobres) o Medicare (para los
mayores de 65 años), evitar los
seguros de salud precarios en otros
25 millones de ciudadanos más que
están en continuo riesgo de quiebra
y eliminar los abusos de las
aseguradoras privadas que legalmente
tenían derecho a expulsar a quienes
enfermaran o no permitir el acceso a
quienes tuvieran alguna patología
previa.
Obama tuvo varias iniciativas para
romper un modelo de salud altamente
excluyente, fundado en un falso
liberalismo económico que prioriza
(aún) los intereses y beneficios de
los pocos sobre las necesidades de
los muchos.
Este hueco para unos y abismo para
otros ha producido un nicho temible
de demandas contenidas, sea por
omisión, por negación, por disimulo
o simple negligencia. Demandas que,
contrariamente a lo que se suele
creer, no terminan con la muerte del
enfermo no atendido.
La iniciativa recientemente
homologada propone un modelo sin
aseguradora pública que proyecta un
plan de aplicación a diez años, con
medidas que comenzarían a aplicarse
desde, 2014 en adelante, previendo
extender la cobertura sanitaria del
83% por ciento actual de la
población al 95%, a un costo inicial
de 940.000 millones de dólares en la
próxima década y fundado en la
exigencia, bajo riesgo de multa de
entre 600 dólares y 2.000 dólares,
de contar con un seguro sanitario.
Estas multas se aplicarán no sólo a
las empresas sino también a los
ciudadanos (incluso si están
desempleados), por lo que se
acompañarán de subvenciones para
poder pagar las primas en caso
necesario y de una disminución del
límite máximo de ingresos para poder
acceder al sistema público Medicaid
para los más pobres. Las
aseguradoras no podrán expulsar a
quien enferme ni excluir a quienes
ya estén enfermos.
En un mundo donde la mayor parte de
la humanidad está caída del sistema
económico, por ende carente de
acceso a atención de salud alguna,
la idea Obama aparece como
movilizadora y motivante. ¿Es la
solución?... indudablemente no,
porque la misma aparece cuando el
mundo está demandando un abordaje
global a una problemática
geométricamente creciente;
traducido, el problema de salud que
antes quedaba lejos ahora es parte
del paisaje de todos, pudiendo
alcanzar en cualquier momento el
rango de global.
Lo sucedido con la gripe H1N1 ha
sido un tremendo llamado de
atención, aún no asumido por la
mayoría de los países, mucho menos
reconocido por las autoridades
políticas que no llegan a
dimensionar la capacidad de daño que
guarda una epidemia con potencial de
pandemia… y curiosamente, el mundo
gira llevando hoy una movilidad que
ha producido un cóctel de
enfermedades de alcances
desconocidos.
Ya no importa la distancia que hay
entre el sistema de salud americano
con el canadiense, o de éstos con el
europeo, o el de aquéllos con el
resto. El problema, repentinamente,
ha pasado a ser de todos. La
epidemiología terrestre se ha
convertido en una licuadora donde
todo es posible y donde nada debe
ser descartado como tampoco obviado.
Hasta apenas ayer, las tecnologías,
sus patentes, y las estrategias de
comercialización y marketing
proyectaban nichos de demanda y
consumo, diseñando estrategias de
batalla por competencias que hoy,
por los efectos de la globalización,
se han licuado reclamando de sus
operadores otras capacidades y otros
abordajes. Las empresas y sus
directorios siguen pensando como en
el siglo pasado, y al igual que los
estamentos políticos todos guardan
convencimiento de pelear por un
mercado que quizá sin quererlo, ha
modificado su eje de gravedad y
requiere de mejores
interpretaciones.
Por lo pronto, que haya varias
empresas fabricando los mismos
medicamentos para luchar por nichos
en el mismo mercado aparece ahora
como desatinado, fuera de contexto,
si se quiere fuera de tiempo. Lo que
era coherente con el paisaje ha
dejado de serlo y las sinergias
ameritan un reordenamiento a favor
de un sistema de salud pública
global que habilite la atención del
universo de personas en todo el
mundo, en cualquier lugar donde ésta
se encuentre.
La salud de las personas contribuye
a generar y establecer un nuevo
estándar socioeconómico donde la
inclusión es prioritaria. Dejar sin
atención a millones de diabéticos, a
otro tanto de inmunodeficientes, a
un mundo de afectados por
enfermedades hepáticas, por
mencionar sólo a algunos de los
nichos epidemiológicos, contribuye a
agrandar el potencial de indefensión
en que se encuentra la mayor parte
de la raza humana, y ello per se,
promete llevarse puesto a todos
aquellos que hoy se autoconsideran
ajenos y a salvo.
El mundo demanda un análisis
profundo y genuino de las demandas
presupuestarias evitando las
potenciales exclusiones que han
caracterizado al siglo XX. Detrás de
ello, indefectiblemente los estados
políticos deberán sentarse a una
mesa a establecer las bases de un
modelo universal donde la salud sea
prioridad estratégica ya que además
de un supuesto derecho inalienable,
debe ser patrimonio de la humanidad.
De no ser así, los costos
catastróficos engendrados por las
gentes no atendidas, impactarán con
una fuerza descomunal a las
economías endebles que aún pretenden
sustentarse en conceptos perimidos.
Todas las investigaciones de diversa
índole que cursan por estas horas en
todo el mundo, están señalando la
necesidad de cambiar el criterio
avanzando bajo un concepto de
universalidad cierto. Parásitos,
bacterias y virus, le están dando al
hombre la oportunidad única e
histórica de crear un modelo
sustentable, pensado en la prioridad
auténtica, las personas (todas). De
no ser así, nos veremos consumidos
por las urgencias y las
imprevisiones.
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