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 Opinión

    
MAXIMALISMO Y MINIMALISMO
Por el Dr. Javier Vilosio (*)


En política la expresión maximalismo hace referencia a posturas radicales, extremas; y minimalismo, a lo contrario. La historia de ambas expresiones se remonta al año 1891, cuando durante el Congreso del Partido Socialdemócrata de Alemania (PSD) realizado en la ciudad de Erfurt, se aprobó un programa político para el PSD conocido como el Programa de Erfurt.
El partido decidía alejarse de la tradición más moderada y reformista, en la línea del socialismo Lasallano (por Ferdinand Lassalle, muerto en 1864), y acercarse a los postulados marxistas, especialmente en su concepción “científica” que justificaba la inevitabilidad del triunfo de la revolución socialista, dada la propia dinámica de conflictividad social que el capitalismo y su acelerada expansión produciría.
En el Programa de Erfurt se formalizó una primera parte, la maximalista, centrada en dicha inevitabilidad del triunfo revolucionario y la necesidad de acelerar el mismo, y una segunda en la que se declaraban objetivos políticos más inmediatos, “reformistas”, a través de la participación legal en la vida política y el mejoramiento de las condiciones de vida de los trabajadores: el minimalismo.
El propio Lenin criticaría al Programa, refiriéndose a estos objetivos minimalistas, a los que llamó “intereses momentáneos del día”, diciendo: “ese sacrificio del futuro del movimiento en aras de su presente podrá obedecer a motivos ‘honrados’, pero es y seguirá siendo oportunismo, y el oportunismo ‘honrado’ es quizá el más peligroso de todos”.
Eran tiempos de revolución. Con escasa tolerancia para los matices.
Ciento treinta años después, cuando los argentinos hablamos de los cambios necesarios en nuestro sistema de salud (y también en otras cuestiones fundamentales de nuestra vida social y la construcción del futuro colectivo) resurgen las posturas maximalistas y minimalistas. Argumentos y propuestas estratégicas que implican, en un extremo, la desaparición lisa y llana de algunos sectores que hoy son actores protagónicos del sistema de salud, y en el otro solo la obtención de algunos cambios en las reglas de juego, básicamente relacionadas con la distribución de los recursos económicos entre financiadores.
Igual que para los socialistas alemanes de hace más de un siglo estas diferentes posturas implican también diferentes concepciones ideológicas, y representan la defensa de diferentes intereses, económicos y políticos.
Para aquellos socialistas decimonónicos el Estado que imaginaban era el gran moderador y dador de justicia, equilibrio y paz. Pero, tal como lo demostraron las revoluciones triunfantes en Europa, Asia y África durante los siglos XIX y XX eso no sucedió. En aquellas luchas revolucionarias, además, los idealistas se jugaron, y muchos perdieron, la vida. O terminaron en el exilio.
En la Argentina de hoy (y también en muchos otros países) el Estado, y, más aún, las instituciones y los liderazgos políticos propios de la democracia y la república, han perdido la confianza de las personas. Han fallado también, en mayor o menor medida, en las promesas de un creciente bienestar, justicia, equidad y seguridad para todos. Y ahora, además, muchos de nuestros maximalistas son actores relevantes dentro de ese mismo sistema político, y dependen directa o indirectamente del Estado.
El maximalismo contemporáneo recoge, entonces, la idea de ese Estado y ese liderazgo imaginarios, constituido sobre la idea de mayorías iluminadas que se imponen a través de un proyecto político, a unas minorías enemigas de lo bueno. Para el maximalismo, al fin de cuentas, el fin justifica los medios. Y el enemigo siempre acecha.
En el extremo minimalista de la discusión, es bueno recordar la frase de Lenin respecto del “oportunismo honrado”. Quienes solo plantean cambios mínimos vinculados a su interés sectorial o particular, suelen no ser sinceros cuando revisten esas intenciones con el discurso del bienestar y la felicidad del pueblo.
Es oportuno recordar también que buena parte del desquicio sanitario que sufrimos tiene que ver con el acúmulo de medidas parciales, beneficios otorgados a unos y negados a otros, desprovistas de una lógica sistémica, nacidas de la necesidad coyuntural de distintas administraciones, aunque, paradójicamente, en el contexto de una crisis estructural que mayormente no se niega, pero tampoco se enfrenta.
En la Argentina, una vez más, está todo por definirse.
Por otra parte, no hay político sensato que desconozca que el terreno donde pisa cuando se mete con la reforma del sistema de salud es el de la puja de múltiples, enormes y frecuentemente contrapuestos intereses. Quizás por eso las reformas de fondo lucen más atractivas cuando se es oposición que cuando se es gobierno.


 

  * Médico. Master en Economía y Ciencias Políticas..
 
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