Los sistemas de salud están enfrentando el mayor reto de
su existencia, y a la luz de un aparente
“reverdecimiento” de la cosa pública, parece que el
sistema público de salud es el modelo que necesitamos
para el futuro, no sólo para crisis epidémicas sino para
ofrecer todos los servicios a todos los ciudadanos.
También ha quedado expuesto a la vista de la sociedad
que la salud en un país es una inversión, no un gasto.
En la crisis han sido ejemplares la reacción ciudadana y
la de los profesionales de la salud, y sobre esa doble
fortaleza se debería pensar el sistema a partir de
ahora.
Asimismo, se ha mostrado afortunadamente el valor de una
sociedad solidaria, que está frenando a un virus, al
cual las debilidades biológicas y sociales, como una
sociedad insolidaria, lo hubieran favorecido.
Virus que se ha encontrado con un sistema, que si bien
ofrece acceso universal a la población adolece de
profundas debilidades, en términos de inequidad y
calidad.
Un sistema que, centrado en la medicina aguda, hoy saca
cuentas sobre respiradores y camas necesarias para
evitar el desborde de hospitales, pero no las ha hecho
nunca para pasar progresivamente de un modelo
asistencial pasivo, que espera a que aparezcan los
pacientes cuando enferman, a uno más proactivo que se
adelante a ayudar a las personas con enfermedades
crónicas.
Disponemos de tecnología digital que permite monitorear
a los pacientes a distancia y de nuevos profesionales
capaces de atender a estos pacientes. Con una reforma de
este tipo, podríamos evitar 35% de los ingresos de esos
hospitales desbordados.
Hemos confirmado que podemos atender a muchos enfermos
de forma digital durante esta epidemia, y
descongestionar nuestras consultas externas para
siempre, abandonando la idea de que todo debe resolverse
con encuentros cara a cara, y disipar infinitas
discusiones jurídicas sobre cuestiones que nos han
dejado al margen del mundo.
Sistema poco eficiente para crónicos, a los que ofrece
un modelo pasivo y fragmentado, no compatible con la
continuidad de cuidados que necesitan. Existe una nueva
oportunidad, hay que aprovechar la sensibilización
social actual con el sistema de salud, pues esa ventana
no quedará abierta mucho tiempo.
Tras la pandemia se juzgará a los políticos por su
capacidad para aprovechar esa oportunidad. Sera
indispensable, pero insuficiente, priorizar la
financiación pública a una salud que lleva años
infrafinanciada desde el Estado, y complementarla con el
valor que aporta el sector privado. Pero es necesario a
la vez lanzar una profunda transformación del modelo
asistencial.
Clave en esa transformación será cambiar las rigideces
que no permiten gestionar lo público en bien de los
pacientes y los profesionales, manteniendo para siempre
mecanismos administrativos más flexibles que permitieron
actuar más rápido durante esta crisis, y evidenciaron su
utilidad (recetas electrónicas, autorizaciones on line,
etc.), y preguntarnos qué nos detuvo para aplicarlas
antes universalmente.
Tras la epidemia será necesario mirar hacia atrás y
evaluar lo no hecho, y por qué. Pero más importante será
mirar hacia adelante y decidir qué modelo asistencial (y
de protección social) necesitamos para las próximas
décadas, con independencia de amenazas externas,
recordando que después de esta epidemia será necesario
planificar en un país que estará en recesión.
En esta tragedia hemos “redescubierto” el valor de la
enfermería y su potencial, que mantuvimos cubierto bajo
faltas de consideración social discriminatorias,
pluriempleo y precariedad laboral.
Salarios y honorarios profesionales han sido una
variable de ajuste de los desequilibrios financieros del
sector. Fortalezcamos sus funciones de forma que puedan
expresar esas capacidades en el día a día después de la
epidemia.
Es necesario integrar y reforzar rápidamente las redes
locales. Siempre los brotes epidémicos fueron vencidos
con medidas comunitarias y clínicas; todos los virus
fueron eliminados o controlados así, y el coronavirus
también lo será.
La integración de salud, servicios sociales y cuidados o
su estricta coordinación serán claves en el modelo de
bienestar futuro. Esos dos sectores no pueden seguir
siendo planificados separadamente, pues se pierde de
vista a los más vulnerables.
Lo que está pasando en las residencias de mayores donde
el virus nos ha hecho asistir en directo por televisión
al traspaso de personas vulnerables desde esas
residencies al sistema de salud, es prueba de la
ausencia de integración.
Debemos fortalecer nuestro modelo de bienestar social, y
que deje de ser mero repartidor de alimentos y
subsidios, para ser un modelo de cuidados.
¿Podemos tener un mejor sistema de salud? Sí. Se gasta
mucho dinero, pero no de la mejor manera, y casi la
tercera parte de ese gasto es “de bolsillo” en un país
donde; antes de la pandemia 1 de cada 3 personas era
pobre.
Desde hace mucho tiempo, los sucesivos gobiernos han
abandonado la idea de reformas estructurales del
sistema, y cuando hablamos de ellas, siempre aflora el
fantasma de la gobernabilidad, y los poderosos intereses
en juego.
¿Habrá llegado el momento de la audacia y de asumir los
costos políticos de las transformaciones necesarias? O,
sin heroísmo, nuestra mediocre dirigencia política y
social seguirá aplaudiendo cada noche a los trabajadores
de salud en un hipócrita juego cortoplacista, teñido de
oportunismo.
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